Capítulo XXX Silvia Andley Kleiss

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Albert~

—¿Qué haces aquí? —le pregunto a Bruce, mi primo quien ha llegado a Inglaterra y a esta casa.

Me quito la chaqueta y la tiro lejos de mí, luego me dejo caer en el sofá sintiéndome decepcionado por la visita y la charla que tuve con Karen. Todo salió mal.

—Embarque dos días después de que ustedes se vinieran —explica Bruce sentándose enfrente de mí—. Por órdenes de tía Lorna, ella fue la  que me pidió que viviera ayudarte acá.

—Hizo bien tía Lorna —expreso luego de suspirar—. Aunque me preocupa que las has dejado sola y a merced de Elroy y el tío Angus.

—No te preocupes, que con ella se a quedado un colega y buen amigo mío que la respaldará y ayudará en todo lo que sea necesario —explica y sus palabras me dejan más tranquilo.
Lastima que no puedo decir lo mismo con el problema de Karen y mi hija.

—¿Cómo te está yendo por aquí? —pregunta Bruce al buen rato de estar callado.

—Mal —respondo señalando los moretones que tengo en la cara—. Este fue el recibimiento que Terrence Grandchester me dio cuando le dije a Karen que deseaba que nuestra hija viva conmigo.

—¡Uy! ¿Y le respondiste los golpes? —cuestiona—. Lo digo porque meses atrás él te pego y no te defendiste. Y también porque…

—Por supuesto que le respondí los golpes. Esa vez fue porque me los merecía, pero está vez no.

—¡Hiciste mal! —exclama Bruce—. Albert no estamos en América, estamos en Inglaterra y Terrence es un noble ingles. ¿Sabe lo que significa? Podrían ajusticiarte si quieren.

—No lo harán —digo con seguridad—. Solo eso les faltaría. ¿Sabes cuántas veces he cargado a mi hija? —cuestiono enojado, porque mucho de mi mal humor es porque hoy no pude ver a Silvia—. Una sola vez. El día que recibí estos golpes fue la única ocasión en que arrulle en mis brazos a mi niña.

—¿Y ya le explicaste a Karen por todo lo que has tenido que pasar? —pregunta parándose—. ¿Ya le dijiste la razón por la cuál la dejaste ir? ¿La madre de tu hija ya sabe que tú también sufriste todo este tiempo?

—No, no lo sabe ni lo sabrá —afirmo—. Pensaba que de alguna manera, Karen no me odiará tanto, pero con lo que hoy vi en sus ojos me queda más que claro que todavía está dolida, me odia y nunca entenderá por lo que pasé.

—¿Pero, por qué? — pregunta Bruce con exasperación—. Karen es comprensiva y entenderá todo lo que hiciste. Es más, yo juraría que ella aún te ama y estaría dispuesta a arreglar las cosas contigo y darle una familia a Silvia.

—No bruce. Karen me odia y esta dolida. Lo sé. Lo vi en sus ojos y su resentimiento por mí es tan palpable cuando me mira —explico desilusionado, pero en el fondo sabía que algo así iba a esperarme, pero una cosa es esperar y otra que sea una realidad.

—¿Y entonces que es lo que buscas? —cuestiona exactamente lo mismo que me cuestiono yo.

—Por el momento, reconocer a Silvia como mi hija y que lleve mi apellido —respondo—. El siguiente paso es  hacer que ella conviva más tiempo conmigo —agrego diciendo todo lo que tengo planeado—. Y despues…

—¿Y después?

—Y después nada. —Termino la conversación porque sé que el deseo que tengo no va a suceder.

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Entre el amor y el deber Where stories live. Discover now