Capítulo XVI Proposición

149 23 5
                                    

Karen~

Mi amada novia:

No tengo derecho alguno de pedirte perdón por el daño que te he hecho.

Pero mi amor por ti es tan grande que eso hace que me anime a pedirte, a suplicarte que me disculpes.

Fui un débil, lo reconozco, por quedarme en Chicago junto a mi tía, quién asegura está muy enferma y me necesita porque siente su fin cerca.

Te diría muchas cosas más, pero sé que no ninguna palabra pueda sanar la tristeza que causé.

Espero que mi amor, que nuestro amor, podrá de alguna manera sanar y reparar mi gran falta.
 
Por siempre tuyo: W. A. A.

Llevo más de diez veces leyendo esta carta que he encontrado esta mañana debajo de mi puerta.

Han pasado dos días de le celebración de año de nuevo. Las parejitas conformadas por los rebeldes, Eleanor y Richard, y también se suman a la lista; Patricia y Aliestear, ha disfrutado en todo el sentido de la palabra del amor y la sexualidad.

Que bueno que Aidan es un bebé y no se da cuenta de nada de los que sus padres abuelos y tíos hacen.

El susodicho se remueve y sus pequeña piernitas las coloca encima de mi abdomen. Los dos estamos solos en mi apartamento. Solos y creo que ambos hibernaremos por todo el día.

Vuelvo a leer la carta de Albert.
Sí, reconozco que cuando Terry me dijo que su amigo no iba a venir conmigo, hizo que mi corazón se partiera en dos, y solo me dieron ganas de llorar.

Y lo hubiera hecho si no hubiera sido por mis amigos, esos amigos los cuales he decidido que ya son de mi familia.

Aidan se remueve y de su boca salen quejidos, lo miro y me doy cuenta con mucha ternura el momento en el que abre sus ojitos y se acomoda cerca de mí.

—¿Tienes hambre, pequeño? —le pregunto y él asiente. Es tan inteligente que a pesar de no hablar mucho entiende varias preguntas que le hacemos.

Salgo de mi cama en dirección a la cocina. Me traje varios biberones y la leche de Aidan para darle de comer a mi sobrino.

Cuando el biberón está listo me regreso a mi cama para dárselo a Aidan. El pequeño se acerca rápidamente a mí cuando entro a la habitación con su biberón.

Se vuelve a dormir luego de tomar toda su leche. Lo acomodo nuevamente y me vuelvo a acurrucar junto a él.

Unos toques en mi puerta, hacen que me despierte.

¿Cuánto dormí?

Ya está todo oscuro y Aidan sigue durmiendo plácidamente.

Me pongo de pie, para ir a averiguar quien es. Otros toques más hacen que me apresure abrir.

—¡Ya voy Candy! —grito detrás de la puerta-. No te preocupes tu…

Ya no puedo decir más, porque quién está ahí parado no es quien to pensaba que era.

—No soy Candy.

—Albert —susurro.

Sé que debería de estar furiosa, pero mi orgullo no está tan fuerte en este momento, y es por ello que le abrazo con todas mis fuerzas.

—Perdóname —pide mientras nos abrazamos—. Perdóname, no debí de haber sido tan débil cuando mi tía…

—Shhhh —digo poniendo mi dedo encima de sus labios—. Eres un gran hombre, el mejor que he conocido en toda mi vida y esa bondad es que hace que tengas mucha consideración con ella.

Entre el amor y el deber Donde viven las historias. Descúbrelo ahora