42 - Cena con los suegros

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NOTAS

¿Qué tal la semana, familia? ¿Se les hizo larga la espera? Confío en que haya ido de maravilla y que la dosis de hoy forme parte de su entretenimiento del sábado.

¡Feliz finde! Ahora sí. ¡Besos!

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Cena con los suegros

—Me voy a mi cuarto. Estaré muy ocupada estudiando y luego veré dibujos "frikis". —Así construí un muro entre Ana y yo. Me fui antes de que pronunciara una palabra al respecto. La frontera de la distancia se establecería como ella quería.

¿Por qué no fue clara de una vez? Solo tenía que ser tajante y decirme que no le gusto, que ama a mi hermano y que los juegos se acabaron. Yo la habría entendido y la habría respetado. Pero no, eso no sería propio de Ana Álvarez. Un pantano revuelto es más transparente que ella. ¿Cómo pudo pedirme que guardemos las distancias cuando demuestra lo contrario?

Pienso poner a prueba la resistencia de ese concepto porque le abundan las fisuras. Si Ana habló en serio de verdad, no le quedará otro remedio que imponerse y ser dura conmigo. De esa manera, yo no volvería a violar los límites. Sería el fin de la historia.

Para eludir la irritación que me ha provocado Ana, me refugio en el teléfono. Abro el mensaje de Pascual que nunca respondí. Ese chico está pagando por una injusticia y merece algo de paz. «Hola, Pascual. No tengo pruebas de nada, pero te creo porque no sé qué motivo tendrías para hacerme daño. No te odio y no te acusaré de nada. Tarde o temprano, la persona que nos hizo esto aparecerá y pagará por ello», le escribo. Casi al instante, me contesta con un agradecimiento y con una invitación a pasear en bicicleta cuando me apetezca. Le digo que lo tendré en cuenta, pero sé que ese día nunca llegará.

En la lista de mensajes que no he abierto, distingo el nombre de la niña Anaïs. Lo ignoraría como he hecho con el resto hasta ahora, pero me inquieta que la notificación del último mensaje sea una foto. Podría ser una idiotez para captar mi atención, una carnada artificial que mordería como un estúpido pez. Pero asumo el riesgo.

Abro el chat. Antes de leer sus escritos, me fijo en la imagen que me ha enviado. De hecho, son dos. La muy espabilada tomó capturas de cuando me asomé en el pasillo para vigilar quién subía las escaleras. En una salgo solo yo, mientras que ella, en un primer plano, posa en la otra con una sonrisa de oreja a oreja. Debí sospechar que, si tuvo tiempo de sacar el teléfono y activar la cámara, también lo tuvo para fotografiarme. A estas alturas, es muy probable que les haya mostrado esas fotos a sus amigas para presumir de haber estado conmigo a solas. Por suerte, no las ha publicado en su perfil aún.

Me hierve la sangre. Ni una cámara de seguridad habría sido tan efectiva para cazarme en acción. «Quiero fotos mejores que estas. Compláceme. Porfis», había escrito antes. Le respondería que tiene los minutos contados para eliminarlas antes de que conozca a la auténtica niña del exorcista, pero tengo que medir mis palabras. Cualquier muestra de debilidad por las fotos le otorgaría poder sobre mí. Podría intentar chantajearme. Es verdad que las fotos no demuestran nada, podría alegar mil mentiras para justificarlas, pero la fecha, la ubicación y la hora echarían por tierra mis argumentos.

En lugar de silenciarla por las malas, tal vez me convenga hacerlo por las buenas. Puedo comprar su lealtad y añadirla a mi tablero como otro peón. Aiko me enseñó que a veces convenía valerse de terceros para conseguir nuestros objetivos sin dejar nuestras huellas. Yo era partidaria de ejecutar todos mis planes por mi cuenta, pero aprendí que ella tenía razón.

«¿Eres buena guardando secretos? Demuéstralo con esto y hablaré contigo en persona uno de estos días... a solas». Le envío un selfi de una sola visualización. En la foto, poso sellando los labios con el dedo índice, igual que cuando chocamos y le pedí que no hiciera ruido.

La novia de mi hermano 1 [Disponible en físico + Extras]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora