Capitulo XXII: "Era el dueño de su destino"

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—No busquéis problemas. Nadie quiere a un chico recién llegado con ínfulas. Vamos, te presentaré al resto.

Atravesaron el campamento. Las barracas eran tiendas largas distribuidas en dos grupos de hileras ordenadas en la periferia noreste y noroeste, un total de veinte tiendas para una capacidad de veinte hombres. Adentro cada hombre tenía un espacio cuadrado de unos nueve pies por nueve pies, en donde se hallaba un catre plegable y una gran bolsa con los efectos personales del soldado. Pocos soldados se hallaban dentro de la tienda, casi nadie le prestó atención a su llegada.

Jakob le mostró la que sería su cama y le explicó brevemente la rutina del campamento, luego le cortó el pelo al estilo de los soldados y le dio un uniforme que le quedó grande.

Durante todo ese tiempo, ni por un instante Lysandro soltó la espada.

Al caer el sol, los soldados se formaron en el extremo norte del campamento, un espacio cerca de los fogones que quedaba en medio del grupo de tiendas destinadas a las barracas. Se agruparon en veinte filas, una por cada compañía que formaba el tercer regimiento. Cada uno de los hombres tenía una escudilla de barro en la mano. A la cabeza de las filas varias mujeres servían la cena. Detrás de él bromeó Jakob:

—Ahora, nuevo, probarás las verdaderas delicias del ejército. Hasta la misma Olhoinna envidia las prodigiosas manos que preparan nuestras provisiones.

Los que escucharon el comentario se carcajearon, otros dieron voces de lamento. Cuando le llegó el turno, el corazón del joven se alegró. Brianna estaba al lado de una mujer gruesa y de mediana edad, ayudando a servir una sopa con mal aspecto. La muchacha se veía muy diferente a como siempre lucía en el Dragón de fuego. Llevaba una blusa amplía y cerrada casi hasta el cuello, una falda de anchos pliegues que no dejaba ver mas que los tobillos. En la cabeza portaba un pañuelo sin teñir que le escondía el cabello dorado. Sus mejillas estaban coloreadas por el calor que emanaba de la gran olla de sopa. Cuando lo vio, ella también se alegró.

—¡Lysandro, aquí estás! Me preguntaba si podría verte pronto.

—¿Cómo te han tratado? ¿Ese general te ha hecho algo?

La muchacha frunció el ceño, después negó con una suave sonrisa.

—No, ha sido muy amable. —Las manos de ella tomaron la escudilla para que la otra mujer sirviera la porción correspondiente—. Me llevó a las cocinas y allí he estado, ayudando a Hilda. —A la última frase siguió una sonrisa y una mirada cálida dirigida a la dama a su lado.

—¡Apuraos!

—¡Dejad los cortejos para después, tenemos hambre!

La muchacha dirigió una mirada aprensiva hacia atrás de Lysandro en la fila, donde el resto de los soldados se mostraban ansiosos por que les llegara su turno.

—Te ves muy apuesto en uniforme —dijo la muchacha antes de que uno de los soldados apartara a Lysandro de la fila—. ¡Cuídate mucho! Nos vemos mañana.

El joven exhaló brevemente y fue a sentarse en el extremo de una de las largas mesas. Que Brianna estuviera bien ya era mucho. Ella parecía contenta y tranquila de su nuevo destino y eso lo llenó de conformidad.

Llevó varias cucharadas a los labios. A su alrededor, el resto de los hombres comían y bromeaban entre ellos, compartiendo una camaradería muy diferente a la del Dragón de fuego. Entre cucharada y cucharada su pensamiento vagó a los recuerdos que tenía de su padre. Él siempre deseó que su hijo siguiera sus pasos en el ejército y sin proponérselo, Surt, el tejedor de hilos, había llevado la madeja hasta allí.

No estaba muy seguro de qué le deparaba la vida, pero al menos se sentía dueño de su destino.

Iba a llevar otra cucharada a la boca, cuando alguien lo tropezó por detrás, el contenido de la cuchara se derramó manchando su uniforme. Al girar se encontró con el cuerpo fornido de Ivar que lo miraba desde arriba.

El amante del príncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora