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Luisita no pudo pegar ojo en toda la noche. Cada tanto miraba el móvil, con la mínima esperanza de que Amelia le mandara algún mensaje, pero nada. 'La perdí para siempre', pensaba mientras intentaba retener las lágrimas. No quería hablar con nadie sobre lo que había pasado, mucho menos con sus amigas, al menos no por ahora. Pretendía seguir con su vida normal, y disfrutar junto a su familia los días que le quedaban en Madrid porque, a pesar de todo, se sentía aliviada por haber soltado por fin esa verdad que tanto le pesaba. En la mañana se encontraba tan cansada, que apenas desayunó una tostada con un poco de té y se volvió a acostar. Manolita se dio cuenta de que algo andaba mal con su hija, porque normalmente se levantaba de buen humor y nunca volvía a dormir luego del desayuno, así que sin pensarlo se acercó a su habitación y golpeó la puerta que estaba entreabierta.

- Cariño, ¿puedo pasar? – preguntó en voz baja

- No mamá, quiero dormir, luego... -

Antes de que terminara de hablar, Manolita ya estaba dentro.

- Hija, ¿qué ocurre? Llevas una cara... - le preguntó preocupada

- No pasa nada, es solo que anoche no he podido pegar ojo – respondió Luisita dándose la vuelta dejando en claro que quería dormir

- ¿Ha pasado algo con Amelia? Oí la puerta temprano anoche, pensé que el picnic duraría unas horas más después de tanto tiempo que llevabais sin verse... –

- No, no ha pasado nada con Amelia. Es solo el estrés del viaje – mintió la rubia

Sin decir palabra alguna, Manolita salió de la habitación en silencio, para nada convencida con la explicación de su hija, pero decidió que era mejor dejarla descansar. Confiaba en que si Luisita necesitaba contarle algo, lo haría, ya que siempre habían tenido buen diálogo.

Pasado el mediodía, la rubia abrió los ojos para contestar el móvil que no dejaba de sonar.

- ¿Hola? – respondió algo adormecida

- Charrita, ¿podrías bajar al restaurante a ayudarme por un par de horas? Tus padres se han ido a hacer la compra, Manolín aún no vuelve del club y el nuevo empleado no llega hasta las tres – dijo Pelayo con una voz que denotaba cansancio

- Claro abuelo, me visto y bajo – respondió Luisita y se levantó enseguida para vestirse y peinarse

Cuando bajó, la rubia se sorprendió al ver a ''El Asturiano'' lleno de gente. Normalmente, a esas horas en verano solía estar más tranquilo pero hoy era la excepción. Enseguida se puso el primer delantal que encontró y entró a la cocina para preparar las órdenes de platos. La rubia solía ayudar en el restaurante familiar con frecuencia desde que tenía alrededor de catorce años, así que sabía a la perfección que hacer y cómo hacerlo. Era rápida y resolutiva, así que su abuelo se relajó un poco en cuanto la vio.

- Gracias charrita, estamos a tope, le dije a tus padres que podría solo pero en esta última hora se ha llenado –

- No te preocupes abuelo, siéntate un rato, yo me encargo de llevar estos platos y cobrar las mesas que faltan –

Pelayo buscó una silla, se acomodó detrás del mostrador y se puso a contar el dinero para los proveedores. Mientras tanto, su nieta se las arreglaba bien. Los clientes siempre estaban encantados con ella y con su amabilidad, incluso cuando era pequeña sabía cómo ser una buena anfitriona recibiéndolos con una sonrisa, y enumerando los platos del día como si de una lección se tratara.

Todo iba bien hasta que vio a Amelia y a Blanca entrar y acomodarse en una de las últimas mesas disponibles al fondo, como si no quisieran ser vistas. La rubia estaba indignada. No podía creer que su amiga se atreviera a venir al restaurante de su familia luego de haberla plantado anoche después de la confesión tan privada que le había hecho, y encima no venía sola sino que venía nada más y nada menos que con su novia. Tomó de mala gana la libreta para anotar el pedido y se dirigió a la mesa pensando en ignorarla. Y así lo hizo.

Te amaré por siempreWhere stories live. Discover now