Mi madre entró en el baño para buscarme porque yo tardaba. La tensión me recorrió de los pies a la cabeza porque si me encontraba en aquel estado, me encarcelarían otra vez. Por suerte, había previsto que pudiera pasarme algo semejante y había estado comentando desde hacía días que algún ingrediente de la comida del centro no me estaba sentando bien, cosa que el doctor atribuía a posibles nervios por la posibilidad de regresar a la vida real y alegaba que era normal. Así que me escudé en ello y le argumenté a mi madre que había padecido un apretón repentino, seguramente por lo que decía el doctor o porque algo de la comida no me favorecía de verdad, pero que fuera a comprarme unas barritas de chocolate porque me había dado el antojo. Gané el tiempo necesario para reponerme y salir del baño como si nada hubiera pasado.

Me despedí de aquel lugar con la frente en alto. Supe que nadie es tan listo como para captar todos los detalles si les muestras lo que quieren ver, y mucho menos descubrir lo que se oculta dentro de la mente. Los gestos simples y banales resultan más convincentes que los rebuscados. Eso lo había aprendido de Aiko. A ojos de mi psiquiatra fui una paciente que progresivamente se había recuperado de su pérdida, alimentando su ego profesional con que su tratamiento había sido efectivo, cuando en realidad eludí gran parte de su medicación.

No obstante, supe enseguida que no estaba lista para exhibir mi muñeca en el mundo exterior. Mi dolor era solo mío, y nadie debía conocerlo para que no fuera usado en mi contra. Ni siquiera yo misma podía resistirlo cuando palpaba mi piel con la vista y con los dedos. Por ello decidí esconder todo bajo una muñequera. Fue fácil convencer a mis padres de que era para evitar constantes preguntas incómodas.

Desde que la profesora Bernarda pretendió quitarme la muñequera, comprobé lo grave que sería exponerme al peligro real de ser descubierta. Mi subconsciente está preparado para defenderse ante cualquier amenaza, por eso he reaccionado con hostilidad cuando mi cuñada ha llegado tan lejos al tocar la muñequera. Sin embargo, tras su imagen petrificada sé que no lo hizo con mala intención, pero ni ella debe saber todo lo que custodia esta muñequera.

—No... —repito con suavidad, agachando la mirada por el arrepentimiento de haberle gritado así. Protejo la muñequera con la mano derecha y exprimo el puño para contener el desborde de sentimientos.

—Vale... —musita Ana, como si toda la magia que crecía entre nosotras se hubiera estropeado.

—Ana... Ana, lo siento. —He arruinado el momento—. Esto... es importante para mí. —Si pudiera, lo compartiría contigo para que entendieras mi reacción, pero nadie lo haría y no quiero que me tomes por loca porque me afectaría mucho.

—No pasa nada. No lo sabía. ¿Te la regalaron tus padres? —Por favor, Ana, no busques respuestas que aterran a mi corazón.

—No quiero... hablar de eso. —No quiero pensar que estoy a punto de irme a una fiesta mientras Aiko no podrá disfrutar ni del sol un día más. Me generas ansiedad al forzarme a recordar el pasado, Ana, y el dolor quiere brotar en forma de llanto. Para, por favor.

—Olvidémoslo. La fiesta nos espera —dice Ana sin denotar mayor importancia, como si me hubiera leído el pensamiento.

Nos dirigimos a la puerta en silencio, pero yo sigo saboreando la tristeza en mi mente. Ojalá Aiko pudiera tener otra oportunidad de sentir como yo.

Súbitamente, Ana me posee con un ferviente abrazo.

—No pasa nada, Laurita. Todo está bien. Todo está bien —me susurra al oído con una estremecedora ternura y, para mi sorpresa, acompaña el agradable aliento que acaricia mi cuello con un beso capaz de revitalizarme y erizarme la piel.

Me relajo tras el sobresalto, aferrándome a ella como si fuera un pilar de puro cariño y salvación. No esperaba que Ana fuera capaz de besarme el cuello. ¿Por qué lo ha hecho? Aunque decidí borrar de mi cabeza la idea de que pueda gustarte, vuelves a escribirla sobre mis páginas en blanco.

La novia de mi hermano 1 [Disponible en físico + Extras]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora