página 49

58 4 0
                                    

colchones del lecho. Por fin, se apoderó del cuerpo de la joven y


a empujones lo introdujo por la chimenea en la posición en que


fue encontrado. Inmediatamente después se lanzó sobre el de la


madre y lo precipitó de cabeza por la ventana.


Al ver que el mono se acercaba a la ventana con su


mutilado fardo, el marinero retrocedió horrorizado hacia la


cadena, y, más que agarrándose, dejándose deslizar por ella, se


fue inmediata y precipitadamente a su casa, con el temor de las


consecuencias de aquella horrible carnicería, y abandonando


gustosamente, tal fue su espanto, toda preocupación por lo que


pudiera sucederle al orangután. Así, pues, las voces oídas por la


gente que subía las escaleras fueron sus exclamaciones de


horror, mezcladas con los diabólicos parloteos del animal.


Poco me queda que añadir. Antes del amanecer, el


orangután debió de huir de la alcoba, utilizando la cadena del


pararrayos.


Maquinalmente cerraría la ventana al pasar por ella.


Tiempo más tarde fue capturado por su dueño, quien lo vendió


por una fuerte suma para el Jardín desplantes. Después de


haber contado cuanto sabíamos, añadiendo algunos


comentarios por parte del Prefecto de Policía, Le Bon fue puesto


inmediatamente en libertad. El funcionario, por muy inclinado


que estuviera en favor de mi amigo, no podía disimular de


modo alguno su mal humor, viendo el giro que el asunto había


tomado y se permitió una o dos frases sarcásticas con respecto a


la corrección de las personas que se mezclaban en las funciones


que a él le correspondían.


-Déjele que diga lo que quiera -me dijo luego Dupin, que


no creía oportuno contestar-. Déjele que hable. Así aligerará

Los Crímenes de la calle morgue (COMPLETA)- Edgar Allan PoeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora