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-No puedo decírselo, pero no creo que tenga más de


cuatro o cinco años. ¿Lo tiene usted aquí?


-¡Oh, no! Esta habitación no reúne condiciones para ello.


Está en una cuadra de alquiler en la Rue Dubourg, cerca de


aquí. Mañana por la mañana, si usted quiere, podrá


recuperarlo. Supongo que vendrá usted preparado para


demostrar su propiedad.


-Sin duda alguna, señor.


-Mucho sentiré tener que separarme de él -dijo Dupin.


-No pretendo que se haya usted tomado tantas molestias


para nada, señor -dijo el hombre-. Ni pensarlo. Estoy


dispuesto a pagar una gratificación por el hallazgo del animal,


mientras sea razonable.


-Bien -contestó mi amigo-. Todo esto es, sin duda, muy


justo. Veamos. ¿Qué voy a pedirle? ¡Ah, ya sé! Se lo diré ahora.


Mi gratificación será ésta: ha de decirme usted cuanto sepa con


respecto a los asesinatos de la Rue Morgue.


Estas últimas palabras las dijo Dupin en voz muy baja y


con una gran tranquilidad. Con análoga tranquilidad se


dirigió hacia la puerta, la cerró y se guardó la llave en el


bolsillo. Luego sacó la pistola, y, sin mostrar agitación alguna,


la dejó sobre la mesa.


La cara del marinero enrojeció como si se hallara en un


arrebato de sofocación. Se levantó y empuñó su bastón. Pero


inmediatamente se dejó caer sobre la silla, con un temblor

Los Crímenes de la calle morgue (COMPLETA)- Edgar Allan PoeUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum