CAPÍTULO DOCE. "La mañana de las resacas y un histérico "

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  • Dedicated to un Gale nada erudito
                                    

Un fuerte sonido explotó con fuerza en las paredes de mi cráneo, disipando las reconfortantes neblinas del sueño.

Gemí cuando caí consciente de nuevo.

Me dolía la cabeza, mucho, muchísimo. Sentía un ensordecedor dolor en las sienes que se propagaba lento por todo mi adormecido y entumecido cuerpo.

Giré sobre mi costado, quedando boca abajo contra el colchón.

«Eso se llama resaca Ann, una dulce resaca. »'

Hundí mis manos bajo la almohada, rozando el tibio borde de madera del cabecero mientras, con lentitud me incorporaba manteniendo mis ojos sellados en todo momento.

Despegando mis pestañas vislumbré el cuerpo semi inconsciente de Jake desparramado a mi lado. Lamiendo mis resecos labios al fin caí en la cuenta que estábamos en mi habitación.

¡Mierda! Mi padre.

Tiré de las mantas con la punta de los dedos para cubrirme de nuevo cuando un conocido ritmo de pasos resonó en las escaleras. Llevaba tantos años viviendo con ellos que había aprendido a identificar sus pasos. 

El suave crujido de la madera de la puerta al abrirse me quitó la respiración. Poco a poco esos pasos se iban acercando hacia la cama donde me encontraba tendida.

—¡Annie! — Cerré los ojos por la repentina luz que envió un escalofrío de dolor que explosionó en mi cabeza. — Oh mi amor...

Mordí mi labio mientras los brazos de mi padre me rodearon cuidadosamente. Apoyé la cabeza en su camisa, aspirando el familiar aroma.

—Papu... — logré decir al tiempo que me levantaba entre sus brazos.

Mis descalzos pies quedaron suspendidos en el aire, tapados levemente por la tela suave del pijama que llevaba puesto. Cerré los ojos gruñendo mientras Jackson me llevaba en brazos con cariño fuera del cuarto.

Podía sentir la luz de sol arañar en mis párpados cerrados.

—¡Annabeth!

Un sonido irregular escapó de mis labios.

—¡George! No grites, pobrecita mi niña... — me depositó en el sofá de fresco cuero en el cual me derrumbé.

Abrí costosamente los ojos para ver a mis dos padres, de pie, enfrente de mí, ambos con cara de preocupación. Un agradable cosquilleo nació en mi vientre.

—¿No me vais a regañar? — Interrogué mientras George me tapaba con la manta trenzada hasta los hombros.

Mi padre sonrió suavemente, mostrando sus blancos dientes antes de apartar un mechón pelirrojo que descendía por su frente.

—Claro que sí Annie, pero después de que te recuperes de la resaca.

Gemí.

—No creo que me encuentre bien nunca. — Hundí mis dedos en mi desordenado cabello.

—Ya verás que sí. — acarició mi mejilla.

Se alejó de mí arreglando su americana azul con los dedos.

—Jackson encárgate de cuidar a los dos, el chico sigue inconsciente en el cuarto de Ann. Yo me voy a trabajar.

—Claro.

Mi padre depositó un beso en los labios de Jackson y agarró el maletín curtido y repleto de pleitos que siempre portaba antes de sacudir las llaves a modo de despedida.

Aparté los mechones rubios y rosas que caían sobre mi frente con un vago gesto al tiempo que me deslizaba más hacia abajo. Mi padre se acercó a mí, ofreciendo un vaso de zumo.

Envolví mis dedos entorno al cristal suspirando.

—Tomate esto – Extendí la palma donde depositó una pastilla blanca. — Pero bebete el zumo.

Obedecí dando un pequeño sorbo, rápidamente la acidez resaltó en mis papilas, refrescándome. Suspiré débilmente.

«El alcohol luego no es tan divertido, ¿no?»

Atrapé el interior de mi mejilla con los dientes, por una  vez mi conciencia tenía razón. 

(...)

Mordisqueando el borde del vaso vacío contemplaba en medio de un trance un nuevo episodio de Hora de Aventuras mientras Jake chateaba a mi lado con Emma.

Poco a poco el dolor de cabeza había remitido notablemente y apenas me encontraba mal. Jackson se había encargado en todo momento de cuidarnos con esmero a ambos.

Un sinsajo rompió la tranquilidad donde nos encontrábamos sumidos.

Fruncí los labios confusa mientras me impulsaba fuera del sofá aferrando entre mis manos mi dispositivo Android. Una luz morada me avisaba de la existencia de un WhatsApp privado. Mi ceño se frunció aún más al comprobar que era de un número desconocido.

Lentamente deslicé el dedo por la pantalla.

»¿Qué tal angelito? Te duelen las alas de la resaca xD. Ahora en serio, llámame, quiero hablar contigo, no tienes excusa, si no quieres que me presente en tu casa. Sé donde vives ;) — Blake.

Parpadeé aturdida mientras volvía a releer el mensaje. Las hormonas se dispararon generando un fuerte deseo de llamarle.

Mordí mi labio.

¿Por qué no?

Apreté el nuevo botón de llamar llevándome el móvil al oído. Contuve la respiración cuando descolgó.

Angelito...






















Mis dos padres, dos madres y mi estúpido vecino de al lado.#Wattys2015Where stories live. Discover now