Capítulo XII: Prohibido amor (II/V)

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Doceava lunación del año 292 de la Era de Lys

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Doceava lunación del año 292 de la Era de Lys. Casa de los Narsson, en la Ciudadela, Aaraberg, reino de Augsvert.

Aparte de la pequeña familia real Sorenssen compuesta por mi madre y por mí, existían en Augsvert otras cinco familias de sorceres, las más importantes del reino tanto por su poder económico, político o militar. Estas eran los Christenssen que poseían la fidelidad absoluta del ejército negro, pues lars Olaf Christenssen era el comandante en jefe de las tropas; los Hagebak, que mi madre había mandado a ejecutar y quienes durante mucho tiempo tuvieron amplia influencia en el Heimr; los Olestein, que habían sido dueños de extensas plantaciones de trigo y quienes alimentaban casi por completo a todo el reino, después de la muerte de mi tío esas plantaciones pasaron a manos de tia Engla y luego serían de Englina.

La cuarta familia eran los Nass, la familia de mi madre. Ellos, al igual que los Hagebak descendían de aquellos primeros humanos que se revelaron a la esclavitud de los alferis y contribuyeron a derrocarlos hacía ya cientos de años. Habían gozado de gran influencia en el Heimr y la Asamblea hasta que mi madre los desterró de la vida política de Augsvert luego de la muerte de mi padre. Y por último estaban los Narsson, la familia de mi mejor amiga, Erika.

Los Narsson tenían todo, influencia económica, pues eran dueños de la mayor parte de los viñedos de Augsvert y controlaban la exportación de vino; influencia política porque también descendían de los primeros humanos en asentarse en Augsvert e influencia militar. El hermano mayor de Erika, Edmon, era capitán del ejército negro. Estaba asignado en la frontera norte y se había desempeñado muy bien deteniendo en varias oportunidades conatos de invasión por parte de los alferis.

De tal manera que el hogar de los Narsson era de las construcciones más espléndidas y grandes de la Ciudadela, quizás solo superada por la casa azul, hogar de los extintos Hagebak.

La carroza real se detuvo frente a las afueras de la palaciega casa. Los sirvientes abrieron la portezuela, primero descendí yo y luego lo hizo mi madre.

Todo el jardín se hallaba cubierto de pequeñas luminarias que flotaban sobre la grama y los arbustos florales. Los sirvientes, desde los destinados a guardar las carrozas hasta los que servían adentro, vestían de manera exquisita. Si mi cumpleaños había sido magnífico, el de mi mejor amiga no se quedaba atrás.

Mi madre y yo no nos habíamos dirigido la palabra en todo lo que duró el corto viaje. Notaba de soslayo que ella me miraba, pero yo la ignoraba, todavía no tenía ánimos de perdonarla por lo que había hecho. Que me permitiera ir al cumpleaños número diecisiete de Erika, creo que fue otro intento de hacer las paces conmigo.

Cuando los sirvientes vestidos de seda nos anunciaron, la música de las liras y las flautas cesó. Los sorceres en el salón se volvieron hacia nosotras e inclinaron sus cabezas.

Mi corazón comenzó a palpitar con fuerza y el estómago se me contrajo. De nuevo era presa de la ansiedad de verme rodeada de tanta gente y de suponer que todos me odiaban y todavía ansiaban verme caer, ahora más, luego de la sanguinaria masacre que había perpetrado mi madre.

Augsvert II: El exilio de la princesa (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora