Capitulo IV: Un libro misterioso (IV/IV)

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El día siguiente no pude levantarme de la cama

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El día siguiente no pude levantarme de la cama. Dama Dhalia personalmente me trajo el desayuno cerca del mediodía.

—¿Alteza que os ocurre? No habéis bajado a desayunar.

—No me siento muy bien. Creo que solo tomaré el jugo, gracias.

La jefa de la servidumbre salió de mi habitación con una reverencia. Yo me sentía todavía agotada, después de beber el jugo me quedé de nuevo dormida.

Me despertó un ligero sonido. Al separar los párpados encontré a mi madre sentada en mi cama, mirándome.

—Soriana, ¿qué te ocurre? Dama Dhalia me ha dicho que no has desayunado y te has perdido también el almuerzo.

Iba a contestarle que me encontraba bien, solo algo cansada, pero no pude decir ni una palabra. Las náuseas me embargaron, apenas pude apartar la cabeza para no vomitarle encima a mi madre.

—¡Soriana! —exclamó ella apartándose para que el vómito no la salpicara.

Cuando terminé sentí que estaba a punto de desmayarme, sin embargo, me obligué a resistir, ya era bastante horrible haber vomitado delante de la Reina Luna y sentir su mirada desaprobatoria sobre mí.

—¡Siento mucho haber perdido la compostura, madre!

Ella se abalanzó sobre mí y me sostuvo para que no cayera de la cama.

—¡Estás helada, hija! ¿Por qué no me has dicho que te encontrabas tan mal?

Mi madre se giró y miró a una de las doncellas de su séquito personal.

—Miriana, avisa a lars Kormark. Dile que venga urgente.

Lars Kormark era el sorcere especializado en curación. Decían que sabía desde hechizos para rejuvenecer hasta pócimas que eran capaces de detener la muerte, algo del todo exagerado.

Mientras lo esperábamos, mi madre me recostó en la cama y comenzó a acariciar mi cabello. Yo temblaba presa del frío, con la vista neblinosa que apenas me permitía distinguir su rostro, mirándome preocupada.

La otra doncella acercó una palangana con agua fresca y un paño que la reina tomó, frotó con él mi cara limpiando los restos de vómito. Era tan gratificante su caricia, aunque fuera a través de la toalla, y su cuidado, que no me importó el frío, cerré mis ojos para disfrutar de ella.

En toda mi vida jamás la sentí tan cercana, nunca antes mi madre había tenido un gesto similar y por un instante creí que ella en realidad me amaba. Su mano cálida se apoyó en mi frente aliviando la horrible sensación de frialdad. En ese momento perdí el control, me comporté de manera impropia y abracé su regazo mientras ella continuaba su caricia por mi rostro y cabello.

¿Cuánto duró el instante en que nuestras islas, tan distantes, se acercaron? No lo suficiente.

La puerta de mi habitación se abrió y Lars Kormark entró sosteniendo una pequeña maleta de piel. Mi madre con delicadeza me apartó y se levantó para recibir al sorcere.

Augsvert II: El exilio de la princesa (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora