Capítulo XII: Prohibido amor (I/V)

80 10 95
                                    

Undécima Lunación del año 292 de la Era de Lys

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Undécima Lunación del año 292 de la Era de Lys. Aaberg, la Ciudadela. Palacio Adamantino.

No supe cuantos días después de la Asamblea sangrienta permanecí en mi habitación, los sueños y las pesadillas se me confundían con la realidad. Volvía a ser habitual encontrarme tendida en mi cama, sin más deseos que desaparecer.

Sentía entrar a mi madre a mi habitación. A veces me hablaba con voz suave, peinaba mi cabello, me alentaba a levantarme. Otras entraba, y aunque empezaba bien, perdía muy rápido la paciencia. Entonces gritaba e intentaba sacarme de la cama a la fuerza. No me importaban ni sus amenazas ni sus súplicas. No quería estar afuera. No quería ver a nadie. ¿Cómo podría dar la cara después de lo que ella había hecho?

Y en eso estaba, tratando de ignorar al mundo exterior, cuando llegó una carta de Gerald.

Había olvidado por completo mi promesa de matrimonio. Con su carta en mis dedos me pareció descabellada, sin propósito, absurda. Una decisión que tomé sin pensar. Ni siquiera leí el contenido de la misiva. Alargué la mano, agarré pergamino, pluma y tinta y le escribí de vuelta para romper nuestro compromiso.

En los días que siguieron no recibí respuesta suya y tampoco me importó, quizá había herido muy hondo el orgullo del joven dreki y ya no quería saber nada más de mí. O tal vez me escribía para romper el compromiso después de lo que mi madre había hecho. De cualquier forma era mejor así.

Después de la breve interrupción de mi rutina depresiva, volví a sumergirme en la desidia y la soledad. Mis amigos no me visitaban, ambos estaban en el palacio Adamantino, engrosando las filas de los rehenes de mi madre. Hubiera deseado regresar. Ahora miraba con nostalgia hacia atrás a aquellos momentos en que iba con ellos hasta Rykfors y Aren pescaba, mientras Erika y yo nos bañábamos o ella me contaba sobre su amor secreto. Todo en aquel entonces era más simple. Me reí al recordar como sufría por pequeñeces, por no ser mejor en Tek brandr o por las tontas burlas de Englina, que no eran otra cosa sino un desesperado intento suyo por llamar mi atención.

De ella tampoco sabía nada, si había regresado o no, hasta que una lluviosa tarde de primavera salí de dudas.

Me había levantado porque ya no soportaba más ver a mi madre entrar a mi habitación cada día y permanecer allí un largo rato, hablándome, tratando de convencerme de sus motivos, de justificarse y de alentarme a sobreponerme a la impresión que lo sucedido había provocado en mí. Preferí salir de mi recámara y así huir de ella.

Ese día de finales de primavera paseaba por las galerías techadas que bordeaban el jardín interior frente al salón del fuego. Era un día nublado y borrascoso, de esos que solían anteceder al verano. Sin nada mejor que hacer, me senté en uno de los kioskos a ver caer la lluvia. Entonces Englina apareció. Estaba más alta, se había vuelto más mujer y a pesar de su mirada taciturna, lucía más hermosa. Se acercó a donde yo estaba y tomó asiento a mi lado. No dijo nada, solo fijó sus ojos azules al frente y al igual que yo, se dispuso a contemplar el suelo empapado y los arbustos sacudidos por la incipiente tormenta.

Augsvert II: El exilio de la princesa (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora