Capitulo IX: Los Tres Picos

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 Después de mi cumpleaños no volví a ver a Gerald. Tal como él había dicho partió a Doromir, a entrenarse para la competencia de los Tres Picos, la cual se llevaría a cabo después de invierno, en la décima lunación.

Mi madre se mostró complacida por mi decisión de aceptar que Gerald me cortejara, me felicitó por mi madurez y mi entrega hacia mi pueblo.

Yo, en cambio, solo quería dormir.

Deseaba ver la menor cantidad posible de personas, nada más Erika me visitaba asiduamente. Permanecía un sexto de vela de Ormondú conmigo y luego se escabullía a los jardines traseros de palacio, a encontrarse con Dormund.

Aren también iba a verme, pero sus visitas eran melancólicas; las sonrisas que me dirigía, taciturnas. Yo tampoco era una alegre compañía. Las pesadillas me visitaban cuando no tomaba la leche de borag, aprendí que solo con aquella droga podía anestesiar lo suficiente mis recuerdos y la angustia que desataban. Por lo tanto, era más el tiempo que permanecía somnolienta por sus efectos que el que estaba vigil.

Englina también parecía un fantasma. Las pocas ocasiones en que no ingería el calmante, yo no podía dormir, así que daba paseos nocturnos por los pasillos del palacio. Varias veces me topé con ella por las galerías desiertas, tan insomne como yo.

En una ocasión le comenté a mi madre el estado de mi prima y las extrañas palabras que dijo durante la fiesta de mi cumpleaños. La reina pareció encontrar en ellas un significado que yo no alcanzaba a descifrar.

Sabía que continuaba tratando de averiguar quién se ocultaba detrás del atentado. Ella, lara Moira y lars Crhistenssen tenían prolongadas reuniones, había días en que ni siquiera la veía. Por los corredores llegué a escuchar a algunos lares al salir de la Asamblea, se quejaban de la extrema vigilancia que se había impuesto en la ciudadela de los sorceres. El ejército negro tenía fuerte presencia en la ciudad. Incluso algunos lamentaban las requisas sorpresas en sus casas o decían sentirse vigilados.

Incluso mi tío, lars Olestein, tan alegre y optimista, se había vuelto callado y tía Engla, que siempre era dispersa y con la risa fácil, había mutado su volubilidad en un estado nervioso permanente. Tenía la impresión de que, al igual que yo y que Englina, ella veía amenazas imaginarias por doquier.

El ambiente en palacio se tornó tenso, todos sospechaban de todos. Al salir de la Asamblea o el Heimr, los sorceres adquirían una actitud adusta, hablaban en voz baja y en grupos pequeños, como si temieran unos de otros.

No sabía qué había pasado en esas reuniones para que se comportaran de esa manera. Yo no volví a espiar en el Heimr a pesar de que deseaba conocer qué pensaban con respecto a la cacería que, al parecer, había desatado mi madre. Si no estaba aletargada por la leche de borag, entonces estaba alterada, alucinando sombras ocultas tras los cortinajes de los ventanales o personas que me seguían. Si entraba a una de esas reuniones, si me enteraba de que la situación era peor de lo que podía imaginar, estaba segura de que no podría enfrentarlo. Era mejor así, permanecer en la ignorancia, anestesiada, igual a si caminara envuelta en una barrera de Ipsil, que me aislaba del mundo y sus problemas.

 Era mejor así, permanecer en la ignorancia, anestesiada, igual a si caminara envuelta en una barrera de Ipsil, que me aislaba del mundo y sus problemas

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Augsvert II: El exilio de la princesa (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora