Capitulo II: El palacio Adamantino (II/II)

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A pesar de que mi padre murió en las adyacencias de esa cascada a causa de un accidente de caza, yo amaba el lugar

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A pesar de que mi padre murió en las adyacencias de esa cascada a causa de un accidente de caza, yo amaba el lugar. Había incluso llegado a pensar que su espíritu rondaba por allí y me protegía.

Rykfors, "la cascada de la niebla" era una caída de aguas cristalinas justo en el nacimiento del río Ulrich.

La bruma allí era espesa, las gotas que salpicaban parecían pequeños diamantes flotando en la espuma y se elevaba desde la cascada atravesada por los pálidos rayos del sol.

Estaba rodeada de árboles frutales, en su mayoría melocotones, ciruelos y arces que comenzaban a colorear sus hojas de un intenso carmesí. El paisaje era hermoso y evocador, tan bello que se me revolvió el estómago por tener que compartirlo con Englina.

Así que me dispuse a ignorarla, lo cual era difícil porque ella hacía cuanto estaba a su alcance para llamar la atención de Aren, de quien era evidente, estaba enamorada. Notorio para todos menos para el tonto de Aren.

Mi amigo se fue a recoger melocotones y ella, por supuesto, corrió detrás de él. Yo suspiré aliviada y me empecé a quitar la ropa para sumergirme en el agua, agradablemente templada gracias al flujo de energía, del palacio adamantino.

Cuando salí, me aparté el cabello de la cara y miré a mi amiga. Erika continuaba taciturna y pensativa sentada en una roca cerca de la orilla del río. Me acerqué hasta ella nadando.

—¿Qué ocurre?

Ella negó con la cabeza.

—¿Qué? —Insistí.

Por toda respuesta mi amiga exhaló un fuerte suspiro. Me quedé mirando su cara, tan apesadumbrada. Llegué a la conclusión de que solo podía estar preocupada, como el resto de nosotros, por su desempeño estudiantil.

La familia de Erika era una de las más importantes del reino, su padre pertenecía al Heimr y trabajaba estrechamente con mi madre. Sabía que le exigían mucho a mi amiga quien tenía que llenar las expectativas y hacer suficientes méritos para seguir la tradición de la familia y lograr pertenecer al Heimr una vez concluyera su educación.

Para mí, que se preocupara por aquello era absurdo. Si bien era cierto que el voto del Heimr era importante a la hora de elegir nuevos miembros, la opinión del soberano lo era aún más y yo sería la reina. Por supuesto que mi mejor amiga sería una de mis leales concejeras.

Hice un esfuerzo por no girar mis ojos. Ella me miró y supongo que mi esfuerzo no fue lo bastante bueno, porque cuando sus ojos se fijaron en mí lo hicieron con decepción.

—Tú no lo entiendes, Soriana.

—Todos estamos presionados por nuestro futuro, Erika —le dije acercándome más a la roca donde se sentaba —, también yo lo estoy. Siento que no seré una buena reina, al menos no tan buena como lo fue mi padre o como lo es mi madre.

Augsvert II: El exilio de la princesa (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora