Epílogo

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Un mes después

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Un mes después...

El concurso culinario había llegado más rápido de lo esperado. Luna preparaba sus utensilios e ingredientes mientras yo recordaba la primera vez que nos habíamos encontrado. Estaba furioso y desnudo, sintiendo de todo menos aprecio por la pecosa humana que estaba sentada en el suelo. A tres meses de esa fecha, no podía creer que hubiese llegado a tomarle aprecio. Bien, dejaré de ser un imbécil y repetiré la verdad. No podía creer que me hubiese enamorado de una humana, pero allí estaba ella, siendo tan especial. ¿Cómo habría podido ser de otra manera?

Luna lucía estresada. El evento por el que creía que me estaba esclavizando por fin estaba en marcha y quería que todo saliera perfectamente. Sin dejar de observarla, mastiqué una galleta de sal y tomé un trago de jugo de pera. Al verme, frunció el ceño y se acercó a mí. Quizás me amara, pero sin duda alguna no estaba ciega a lo que ella llamaba mis "defectos". Yo los llamaba mis cualidades menos deseables, a pesar de sus protestas.

—¿No deberías estar vigilando la masa?

—Lo estoy —comenté, echando un vistazo nada disimulado a su trasero.

—Es en serio, Azazyel —dijo, sin poder reprimir una sonrisa.

—La masa está perfecta.

Luna rio y se dio la vuelta para supervisar otros detalles de su plato. Faltaba poco para terminarlo y mientras ella era un manojo de nervios, yo no tenía dudas de que saldría victoriosa. Incluso habíamos hablado sobre el lugar donde pondríamos su restaurante. Ver su sonrisa emocionada era una de mis cosas favoritas. Más que los jugos de pera a los que me había hecho adicto. En ese instante una presencia luminosa me hizo girar la cabeza de manera discreta, hacia la derecha. Tensé la mandíbula y lancé la caja vacía hacia la basura. Desde que habíamos "intimado", siempre había uno de esos malditos afeminados de plumas blancas vigilándonos.

Al parecer no había bastado con que esa misma tarde, Rafael nos entregara el mensaje en persona. Según sus palabras, habíamos roto una promesa y aquello tendría consecuencias. Me reí recordando la respuesta tajante de Luna. "Yo no prometí nada". La verdad era que yo tampoco había hecho ningún juramento. Sin fijarse en ello, allí estaban todos los días, como esperando por algo en específico para atacarnos. Malditos cobardes plumíferos.

Me había librado del infierno al haber demostrado que era capaz de amar a un humano. Antes de eso, mis visitas a la superficie tenían tiempo de caducidad. Ahora podía ir a donde quisiera sin tener que regresar a mi castigo. Y era eso lo que les molestaba. Que hubiese tomado la oportunidad que me habían brindado solo para torcerla a mi voluntad. Lo que más me extrañaba era que me hubiesen permitido seguir usando mis poderes, pero no me quejaría. Luna los agradecía de vez en cuando en la intimidad de nuestra habitación.

De Ramuel no habíamos tenido más noticias, pero eso no me extrañaba. Lo más probable era que estuviese oculto en su cueva en el infierno, lamentando el día en que se le había ocurrido intentar fastidiarme la vida. Cebollas daba vueltas alrededor sin atreverse a conversar con Luna. Sospechaba que todavía tenía recuerdos de sus pesadillas. Por mí estaba bien, lo prefería lejos de nosotros. Divisé la figura de Thalya acercarse a la mesa acompañada de Sam. Los dos habían decidido unirse para cotillear a costa mía y de Luna. Más de una vez había tenido que echarlos de la casa sin disimulo para poder tener algo de privacidad. Sobre todo, les gustaba burlarse de mis interacciones con el hermano mayor de la chica, que todavía no podía soportarme. No entendía por qué no le agradaba. Al menos los niños me creían simpático y no habían vuelto a decir palabrotas. Esperé a que estuviesen a pocos pasos para torcerle los ojos con fastidio.

—No hemos dicho nada —rio Thalya, secundada por mi amigo.

—No hace falta, nada bueno espero ya de ustedes dos.

—Pero qué mala opinión tienes de tus amigos, Zaz —comentó Sam, fingiéndose ofendido.

Conversábamos sobre tonterías cuando vi que Luna caminaba de prisa en nuestra dirección. Su rostro estaba angustiado y eso me preocupó, porque no solía verla con esa expresión. Llegó a mi lado y me sujetó los brazos clavándome las uñas en los mismos.

—¿Qué pasa? —pregunté, acariciando su rostro— ¿Qué te sucede, Luna? ¿Ten encuentras bien, mi amor?

—No está —balbuceó ella, para luego gritar—. ¡No está! Zazy, mi platillo desapareció...

—Calma, cálmate.

No podía ser cierto. Había trabajado toda la mañana en esa maldita receta. Le pedí más detalles sobre lo sucedido, pero no aportó mucho. Había terminado la parte principal y tras sacarlo del horno para que se enfriase, le dio la espalda por un instante. Al voltear a verlo, había desaparecido como si alguien se lo hubiese llevado. Logré que Luna se sentase y que dejara de temblar. Después de eso, me dirigí a la cocina para intentar descubrir algo sobre lo que había pasado.

No tardé mucho en darme cuenta de todo. El olor a demonio era demasiado fuerte. Este en particular, hedía a comida podrida. Por supuesto, era el único pecado con el que no nos habíamos cruzado. La criatura de cuerpo grueso y piel grasienta estaba acurrucada en una esquina, junto a los hornos. Al verme, sus ojos se abrieron desencajados.

—Mignar —lo llamé, molesto—. ¿En serio? Creí que Ramuel había aprendido la lección.

—El jefe me envió hace dos meses, pero estuve ocupado comiendo —comentó, temblando—. La comida es lo más sublime que ha existido en este mundo. Tu humana tenía el mejor plato de este concurso.

—Sí —aseguré—. Y ahora por tu culpa, no va a ganarlo.

La gula me dirigió una mirada de desesperada culpa. Sentí lástima por el pobre bicho feo. No le hacía daño a nadie, solo quería comer. Entonces pensé en Luna y en todos sus planes futuros con el dinero del concurso. Ella tenía que ganar.

—Tienes que arreglar lo que hiciste.

—Pero ¿cómo? Si devuelvo lo que ya tragué no será lo mismo —dijo y lo miré asqueado.

—No devolverás nada. Te comerás todos los platillos de los demás concursantes.

La gula me miró como si le hubiese hecho un regalo estupendo. Suponía que para quien comer constituía en el sentido de su vida, tener permiso para vaciar las mesas de los concursantes en su estómago era la gloria. Lo observé caminar oculto entre los humanos incautos que admiraban sus creaciones. En cuanto se distrajeron un poco, Mignar dio cuenta de los platos con un chillido de satisfacción al terminar. Pronto no quedó ni uno solo a salvo, y el lugar se sumió en el caos. Los jueces notaron lo sucedido, por lo que fue convocada una reunión con carácter urgente.

—No sabemos lo que ha pasado —comentó una jueza de cabello canoso y piel cetrina—. Proponemos improvisar un nuevo plato, con una receta que les resulte cómoda y que los identifique.

Luna sonrió a mi lado y se abrazó a mi torso con alegría. Un segundo después me miró a los ojos sin dejar de reír.

—¿Sabes lo que voy a hacer? ¿Verdad?

—Te conozco bien, cariño —le dije, acariciando su cabello de fuego—. Harás galletas de mantequilla.

—Solo espero no invocar a otro demonio.

Su carcajada me contagió de inmediato. Ella me pidió ayuda para elaborar las galletas y trabajamos juntos para terminarlas. Unas horas después caminábamos sin prisa a casa hablando sobre el local donde pondríamos su restaurante. A los jueces les habían encantado las galletas de mantequilla, llegando algunos a tomar una muestra para llevar a sus casas. Después de recibir de manera justa y merecida el primer premio, Luna me tomó del brazo y nos marchamos. Era solo el comienzo de nuestra vida juntos. 


Un demonio entre recetas [I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora