Capítulo 14

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—Sam, si puedes oírme —invoqué a Samsaveel una vez más—

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—Sam, si puedes oírme —invoqué a Samsaveel una vez más—. Necesito tu ayuda de inmediato.

Había perdido la cuenta de las veces que lo había llamado ya. Mientras tanto, Luna yacía en su cama, cada vez más débil y pálida. Y yo, por supuesto, no tenía la más mínima idea de lo que le ocurría. Habían pasado días desde que regresáramos de la playa, y su estado no hacía más que empeorar de manera lenta pero peligrosa. Caminaba de un lado a otro de la habitación intentando pensar en algo útil, cuando la escuché hablar por teléfono.

—No, Thalya. No estoy enojada porque me abandonaste —comentó—. Lo hiciste.

Juraría que podía percibir los chillidos de la humana a través del teléfono. La verdad era que Thalya era una pésima amiga.

—No, Azazyel estuvo conmigo todo el tiempo —Continuó ella, reprimiendo la tos que la asaltó en aquel momento—. A diferencia de ti, él sí me cuidó.

Sonreí. Últimamente había dejado de llamarme "Zazy" para decir mi nombre completo. Y se escuchaba divinamente bien en sus labios.

—¡No! ¡No vengas! —Luna gritó y buscó mi mirada pidiendo apoyo. Por supuesto, podía entender que no quisiese que nadie la viera luciendo de aquel modo. Thalya se preocuparía y comenzaría a hacer preguntas—... Estoy en casa de mi hermano —dijo, siguiendo mis indicaciones silenciosas—. Mis sobrinos están haciendo un desastre.

La observé respirar aliviada. Al parecer la chica se estaba tragando la excusa con solo oír hablar de niños. No podía culparla, por querer guardar la distancia. Las crías de humano eran un problema de los grandes.

—No, no sé cuándo regresaré —declaró, mirándome con ojos cansados.

Un segundo después se despidió de su amiga y tiró el teléfono al otro extremo de la cama, dejándose caer sobre las almohadas. Estaba acostumbrado a verla holgazanear a menudo. A lo que no estaba habituado, era a la ausencia de brillo en su mirada. A que sus pecas resaltaran tanto sobre su piel porque esta carecía de un color natural.

—Me estoy muriendo, ¿cierto?

Su pregunta me tomó por sorpresa. No esperaba que ella llegara a esa conclusión justo cuando yo me negaba a siquiera considerar la posibilidad. Negué con la cabeza al tiempo que rodaba los ojos. Sobre el armario donde guardaba su ropa, el grimorio de su abuela destacaba llamando la atención entre los libros de cocina. Reprimí mis ganas de tomarlo de inmediato. No quería que notara cuán desesperado estaba. Fingí que solo me paseaba por su cuarto y puse mis manos sobre el ejemplar. Pasé página tras página buscando remedios, pero era demasiado difícil encontrar la cura para un mal del que desconocías la causa.

Dejé el grimorio donde mismo lo había encontrado cuando escuché el quejido de Luna. La chica se había levantado de la cama y se tambaleaba hacia el exterior de su cuarto.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté, sosteniendo su cintura— Tienes que descansar, Luna.

—Tengo que ir al baño, siento que voy a...

Un demonio entre recetas [I]Where stories live. Discover now