Capítulo 13

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Suspiré cuando la quinta pelota de playa del día me golpeó en la cabeza

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Suspiré cuando la quinta pelota de playa del día me golpeó en la cabeza. Una más y me dedicaría a recolectar aquellos juguetes por toda la arena y a reventarlas una a una. ¿Qué hacía un guapo ángel caído como yo en el mar? ¿Para qué lo preguntan, si saben la respuesta? Luna Vance, con toda la naturalidad del mundo, se estiraba en una tumbona luciendo su perfecto cuerpo cubierto únicamente por un bikini. Bien, tenía que admitir que esa parte no estaba tan mal. Lo que me estaba poniendo las alas de punta, era el ambiente que nos rodeaba. Niños chillando, adultos caminando de un lado a otro y la brisa marina llenándote los ojos de aire salado. Humanos jóvenes alzaban sus teléfonos y sonreían a la pantalla como idiotas. Según mis acompañantes, estaban tomando fotos para subirlas a "Insta algo". Ni idea de lo que eso significaba.

Más que de la pelirroja, que estuviésemos allí era culpa de Thalya. A la impulsiva mejor amiga de Luna se le había metido entre cejas que la chica necesitaba tomar el sol. Sí, quizás estuviese un poco pálida, pero la humana llevaba días sin salir de la casa debido a la fractura. ¿Cómo esperar otro tono de piel? Mascullé con rabia cuando los dedos de los pies se me llenaron de arena. Por si fuera poco, me había obligado a ponerme ropa acorde al lugar. Por primera vez en todos mis siglos de vida me había puesto un par de sandalias para hombre, y sobraba decir que no me sentía nada cómodo. Si hubiera sabido que Thalya nos visitaría ese día, hubiese arrastrado a Luna a otro lugar con cualquier excusa.

Esa mañana —antes de que Thalya llegara como un vendaval a trastocarlo todo— habían trascurrido unos siete días después de mi revelación sobre mis propios sentimientos por la humana, y no había avanzado ni un poco en mi búsqueda de una solución. Como era normal, mientras me devanaba los sesos con nuestros problemas, ella se dedicaba a holgazanear. En momentos como esos me hacía preguntarme qué era lo que me atraía de aquella criatura. Había pensado tanto en lo que debía hacer que me sentía perdido, lleno de dudas. ¿Quería deshacerme del vínculo? ¿Dejar de sentirla, de velar por su seguridad, de ver su sonrisa y sus torpezas a diario? No estaba seguro, y eso me molestaba demasiado.

Lo que en verdad debería estar intentando resolver, era cómo podía hacer que los demonios que nos acosaban, desaparecieran de una vez. Ellos eran el verdadero problema.

—¿Has visto mi pulsera de plata? —preguntó sentada en su tocador, mientras yo entraba en la habitación— Aquella que tiene mi nombre en los colgantes.

—No, no la he visto. Ni ahora ni las otras trescientas veces que me has preguntado hoy, Luna.

—Es que eres la única persona que entra en mi cuarto, maldita sea.

—¿Para qué voy a querer una pulsera?

—Para hacerme una brujería, yo que sé.

Cuando creía haberlo visto todo, venía ella a romper los esquemas que me había planteado. Cada día me sorprendía con una nueva teoría sobre lo que podía o no podía hacer. Por lo menos había logrado convencerla de que mi especie no tenía nada en común con los engendros infernales.

Un demonio entre recetas [I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora