Capítulo 11

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Una semana después de que Sam nos revelara la información sobre el hechizo vinculante, me encontraba en casa de Luna con la cabeza a punto de estallar

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Una semana después de que Sam nos revelara la información sobre el hechizo vinculante, me encontraba en casa de Luna con la cabeza a punto de estallar. No solo tenía que cuidar de la humana ingrata, sino que también tenía que pensar en una posible solución mientras me ocupaba de mantener en orden la casa. ¿Cómo podía una mujer tan pequeña causar tantos estragos?

—¡Oye, Zazy! —gritó Luna desde su cuarto— ¿Me traes unas palomitas?

—¡No tienes palomitas! —contesté, hastiado.

—Entonces ve a comprarlas.

—Por supuesto, y le digo a los demonios que hay afuera que te acompañen mientras me ausento, ¿no?

Un escandaloso suspiro de resignación fue toda la respuesta que recibí. La chica se había vuelto más demandante luego de que me mostrara demasiado amable y le colocara la televisión en la habitación. Eso me pasaba por ser un buen ángel. Debía ser más duro con ella. Cuando pensé que se había calmado, y que dejaría de molestarme por otro par de horas, una necia cabeza roja asomó en la cocina.

—¿Qué quieres?

—Tranquilo, no vengo por tus juguitos de pera —comentó, alzando los brazos en señal de rendición—. Quiero hacer un pastel.

—¿Cómo? ¿Batirás la masa con la escayola?

—Ja, ja. Eres todo un comediante. Tú me vas a ayudar.

Negué con la cabeza. No estaba obligado a hacerlo. Por supuesto, yo solito me había metido en ese problema de obedecer sus órdenes, al mentirle diciendo que era un genio. Pero con ese asunto aclarado, no tenía razón alguna por la cual ayudarla. No tenía por qué sentirme culpable al ver su expresión triste. Sus labios torcidos en un reclamo silencioso no me harían cambiar de opinión. O eso pensaba. Me vi con un delantal puesto y una mezcladora en la mano antes de que pudiera evitarlo. ¿Para qué la cuidaba? Luna era tan peligrosa que sería capaz de poner a cocinar a los demonios que se le acercaran.

Rompí los huevos y los agregué a la harina siguiendo las instrucciones. Sus elogios no me tomaron por sorpresa. Era un ángel, todo me salía perfecto. Todo salvo deshacerme de cierta molestia pelirroja. Sentí su mirada fija en mí y mis ojos se encontraron con los suyos casi por puro reflejo. Luna sonreía de manera poco perceptible, pero su mirada era alegre. Le sonreí de regreso. Después de todo, pelear con ella y lanzarle puñados de harina cada vez que me colmaba la paciencia, era divertido. Las manchas blancas estaban por toda su cara, pero eso no la hacía menos atractiva. Tragué en seco cuando la necesidad imperiosa de tocarla me invadió.

No podía hacerlo. Sacrificar mi inmortalidad por un deseo carnal que se iría en cuanto lograra desvincularme de ella no era una opción viable. Estaba seguro de ello. O casi seguro. Carraspeé y rompí nuestro contacto visual al tiempo que dejaba la mezcladora en el fregadero. Me desaté el delantal y caminé aprisa hacia la puerta de salida, sin saber bien qué hacer. Luna me siguió de inmediato.

Un demonio entre recetas [I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora