Capítulo 6

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La cocina estaba hecha un asco total, otra vez

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La cocina estaba hecha un asco total, otra vez. Solo había ido a darme una ducha rápida, y en ese pequeño espacio de tiempo, el desastre con piernas había logrado llenar de hollín el suelo y las paredes. Luna salió de su escondite detrás de una silla en cuanto escuchó mis pasos. Noté su mirada atenta sobre mi abdomen perfecto y mi cabello mojado, lo cual me hizo sentir orgulloso. Después de todo la humana loca no era inmune a mis atributos divinos. Pero el asunto importante no era lo bueno que estaba yo —aunque ese tema era bien trascendental—, sino el hecho de que la lunática había saboteado mi esfuerzo, como de costumbre.

—En una escala de uno al diez... —comenzó a decir ella— ¿Cuánto quieres matarme ahora mismo?

—Ando por los treinta, subiendo a una velocidad vertiginosa.

—Fue un accidente, ¡lo juro!

—Déjame adivinar. Esa rana te asustó.

El chillido de Luna cuando señalé a su espalda fue tan gratificante que por poco me hizo olvidar lo que había hecho. La mujer tenía una fobia a las ranas digna de risas. Sin embargo, el momento no era divertido. No cuando me vería en la obligación de limpiarlo todo de nuevo. Quería matarla en serio. Cada vez que comenzaba a tenerle algo de aprecio, —del tipo que se le tiene a una mascota muy fastidiosa— ella lograba hacer alguna cosa que me cabreara. Al parecer su diminuto cerebro logró captar mi estado nada feliz, ya que se ofreció a ayudarme a limpiar. Eso solo le ganó una mirada de hielo de mi parte. Por supuesto que tenía que ayudarme, todo era su maldita culpa.

—Este trasto inservible —dijo ella, pateando el horno y quejándose de dolor en el mismo segundo—. Está muy viejo. Por eso me pasan estas cosas.

—Tengo la solución.

—¿En serio?

—Involucra gasolina y al menos dos fósforos —aseguré, notando cómo su expresión esperanzada cambiaba por una de fastidio.

Luna no quería deshacerse del horno defectuoso debido a que no contaba con la suma para comprarse uno nuevo. Los humanos en su infinita estupidez habían inventado algo tan inútil como el dinero. Un pedazo de papel o de metal no tenía el más mínimo valor en el cielo y menos en el infierno.

—No puedo hacerlo —admitió, triste—. Aún tengo las deudas de mi abuela por pagar.

—Tengo una idea.

—Absolutamente no.

—Espera, es una buena esta vez.

Era sencillo. Solo teníamos que ir a ese lugar llamado centro comercial. En mi corta estancia allí logré ver que tenían varios equipos en exposición. Estaba seguro de que mis habilidades le conseguirían a la chica un nuevo horno en menos de cinco minutos. Pero Luna negó de inmediato. Por muy extraño que me resultase, ella tenía un código de honor que siempre respetaba. Una de sus reglas era no robar nada. Al parecer, "convencer" al empleado para que me cediera el equipo sin pagar una moneda, constituía un delito. Qué aburrido. Me negaba a seguir limpiando esa mugre solo porque Luna era pobre, no lo aceptaría bajo ningún concepto.

Un demonio entre recetas [I]Where stories live. Discover now