Capítulo 2

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Degradantes, humillantes, no dignos de mi majestuosa persona

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Degradantes, humillantes, no dignos de mi majestuosa persona. Solo así podía calificar los actos que la humana me estaba obligando a cometer. Limpiaba el suelo trapeador en mano, delantal en la cintura y un paño atado en la cabeza. Tal vez mi último accesorio fuese poco masculino y nada sensual de mi parte, pero me negaba a ensuciarme con la mugre que había en esa casa. ¿Nunca la había limpiado? Para qué me lo preguntaba, si resultaba obvio. Luna Vance era la mujer más desordenada y caótica que había conocido en siglos. Y pensar que creí haber estado viviendo en el infierno. Mi buen amigo Lucifer tendría que actualizarse con la última moda en torturas.

El maldito hechizo era demasiado fuerte. Una palabra suya y tendría que obedecer, lo que me tenía trepándome por las paredes. Para resistirse a mis intentos de romperlo, debía de ser un sortilegio de la antigüedad. De los tiempos anteriores al diluvio, por lo menos. Porque lo intenté. Traté de liberarme mientras la enana dormía a pierna suelta en su habitación, sin ninguna noción del peligro. Batallé por apoderarme de su libro, pero me dejó claro que no podía tocarlo. Por el momento, tenía libertad relativa para moverme a donde quisiera, siempre y cuando la princesa desastre no tuviese un capricho. Si pudiese darme dolor de cabeza —porque ya saben, soy perfecto y eso— hubiese tenido el peor de todos.

Para no apretar el cuello de Luna, me entretuve pensando en los buenos momentos que pasé antes de que el viejo verde de Noé construyera su arca. Cuando había corrompido a las dulces humanas al llevarlas a mi cama —o al suelo, me daba igual—, enseñado a los hombres a pelear con armas y a los niños a maldecir. Eso sí era felicidad. Hasta que mi querido padre se enojó tanto con nosotros por arruinar sus nuevos juguetes que nos mandó a todos a volar, y no con nuestras alas. Aun así, mi castigo allí debajo eran unas vacaciones comparadas con mi condena actual. Esto me pasaba por enseñarle magia a las mujeres.

—Vaya, Zazy... demonio travieso.

—¿Qué dijiste?

—No lo digo yo, lo dice la Wikipedia —comentó Luna, y no supe qué rayos hablaba—. Aquí asegura que practicaste sexo con mujeres y enseñaste a los hombres cómo liarse a golpes.

Luna siguió con los ojos pegados al extraño aparato que llamaba ordenador portátil. Al parecer era como una especie de portal con un pequeño mundo en su interior. Lo usaba mucho, y se molestaba en ocasiones, cuando se ponía negro por completo. Entonces le colocaba una correa que fijaba a la pared, todo muy raro. La bruja reía a ratos y me lanzaba miradas suspicaces.

—Vaya, eres muy popular aquí. Hasta sales en películas, "Azazel".

—Se pronuncia Azazyel. Y no quiero saber por qué tienes esa información. ¿No deberías estar aprendiendo algo sobre cocina? ¿Cómo no convertirla en un hábitat para cerdos, por ejemplo?

Luna sonrió sin hacer caso de mi señalamiento. Irritante, pequeña y efímera criatura sin alas. Lograba sacarme de mis casillas con solo respirar.

Un demonio entre recetas [I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora