Capítulo Final

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Gracias al absurdo grito de Luna, logré recomponerme y evitar que Ramuel me asesinara

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Gracias al absurdo grito de Luna, logré recomponerme y evitar que Ramuel me asesinara. Por supuesto, yo tampoco quería morir sin haber tenido la oportunidad de complacerla en la cama. Tomé el cuchillo y liberé mi ala. Me impulsé con la que estaba sana haciendo que mi enemigo perdiese el equilibrio y clavé la hoja en su hombro, fallando por muy poco cuando me disponía a cercenar la raíz de su apéndice izquierdo. Su grito fue música para mis oídos. El bastardo pagaría todo lo que me había hecho, y sobre todo lo que le había hecho pasar a mi desastre pelirrojo. El ángel se retorcía intentando escapar de mi agarre, pero no estaba dispuesto a ceder.

—Mataré a esa zorra humana de alguna manera —amenazó, haciendo que me enfureciera—. Entonces lamentarás haberte metido en mi camino. ¡Yo...!

Saqué el cuchillo y corté con el mismo una franja en su ala más cercana a mi mano. Las plumas flotaron en el aire y continué mi trabajo pensando en lo mucho que se lo merecía. Ramuel cayó al suelo. Había perdido la consciencia debido al dolor, pero aún estaba vivo. Era una señal. No debía convertirme en un asesino de mi propia raza, pero sí que podía darle una lección inolvidable. Como me había prometido, arranqué sus alas poco a poco. Para cuando despertara, su espalda vacía le daría la bienvenida a un mundo de deshonra, por su traición y por la pérdida de sus alas. No había nada más triste para un ángel.

Tiré el arma lejos de Ramuel, y no perdí otro segundo pensando en lo que nos había hecho. Corrí hacia Luna y agarré los hilos dorados, rompiéndolos con facilidad. Debido a que su invocador estaba inconsciente, no tenían más fuerza que unos normales y corrientes cordones fabricados por humanos. Luna se echó a mis brazos con un chillido de alivio. Aunque Rafael la hubiese protegido, el peligro que corrió en manos de nuestro enemigo pesaba sobre mi consciencia. Yo la había dejado con él. Se la había entregado y pude ser el causante de su muerte.

—No he tenido tanto miedo en toda mi vida —dijo.

—Ya está todo bien —la consolé, acariciando su cabello entre mis dedos—. Él no te molestará más.

—No me asustó estar con él... Me aterró verte herido y creer que te perdería.

Sus palabras se apagaron cuando hundió su nariz en mi pecho, para que estuviésemos tan unidos como era posible. Tragué el nudo que tenía en mi garganta. Yo me sentía igual. No había parado de pensar en ella desde el momento en que nos habíamos separado. Mi instinto me decía que debíamos estar juntos, a pesar de lo que el cielo había dictado. Pero mi consciencia me gritaba que ella merecía la oportunidad de salvar su alma del infierno. Estaba hecho un lío y ya no sabía qué pensar o hacer.

—Luna —la llamé, tomando su rostro entre mis manos. Estaba ansioso por besarla—. Vayamos a casa. Tengo que...

—¡Sí, por supuesto! —exclamó— Tenemos que curarte esas heridas.

Luna dudaba que en mi estado pudiese llevarnos a casa como acostumbraba a hacerlo. Me costó un gran esfuerzo, pero en pocos segundos estuvimos caminando sobre el suelo de su departamento, en mi caso, manchando las alfombras de sangre. Sam dio un salto en el sofá cuando me vio cubierto de moretones y cortes. Mi amigo lucía mejor después de dos horas de descanso. Casi todas sus heridas habían cicatrizado sin dejar rastro, mientras yo parecía un colador.

Un demonio entre recetas [I]Where stories live. Discover now