Capitulo XIV: "Yo nunca..."

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De nuevo sintió el imperioso deseo de negarse. ¿Qué le esperaba detrás de esa puerta? ¿Qué pasaría cuando la cerraran tras de sí? Tragó, no quería cruzar el umbral. Sluarg lo empujó y él avanzó a trompicones hasta caer de rodillas en el interior.

—Su señoría —dijo el kona a sus espaldas—, he aquí a Lysandro. Afuera estarán dos guardias y una criada por si se le ofrece algo.

Concluidas las palabras, tal como lo había temido, la pesada puerta de madera se cerró, dejándolo atrapado ahí, que no era otra cosa que un pequeño claro rodeado de arbustos florales. El joven se mordió el labio inferior con algo de temor. El lugar se encontraba poco iluminado: solo unas cuantas lámparas de aceite colocadas encima de altos postes de madera. El suelo en el que había caído estaba cubierto de grama perfectamente recortada.

Sin perder tiempo se levantó y dio una rápida mirada a su alrededor: en medio de dos árboles había un columpio, a unos pasos de él, un banco de piedra blanca y del otro lado, una mesa de madera con unos utensilios que en la poca luz no pudo distinguir lo que eran.

Con el corazón palpitando en la garganta, Lysandro giró a ambos lados buscando al que sería su cliente. Allí estaba en la penumbra del fondo del jardín, una figura vestida completamente de negro, de espaldas a él. Tenía el rostro vuelto hacia el cielo.

—Su señoría. —El esclavo, con algo de temor, se inclinó en reverencia y aguardó.

El miedo hacía que sus sentidos se mantuvieran alerta. El rumor de los pasos del cliente, amortiguados sobre la hierba, llegaban a sus oídos, se acercaba.

¿Por qué Karel no había ido a verlo? No estaba entre el público cuando bailó. O tal vez si fue. Quizá llegó después de finalizar su danza. A lo mejor estaba preguntando por él en el interior del edificio en ese mismo instante. Entonces le dirían que estaba ocupado. Suspiró en silencio.

Como le hubiera gustado que ese frente a él fuera el hechicero.

—Levántate. No es necesario que me saludes de esa manera.

De inmediato subió el rostro y sonrió al ver al cliente enmascarado.

El hombre llevaba un antifaz rojo, diferente al negro que solía usar, pero era imposible que Lysandro no reconociera sus labios curvados en una amplia sonrisa.

—Creí que no vendrías. —Sin querer dejó escapar el reclamo—. No te vi entre los espectadores mientras bailaba.

—Lo siento mucho, estuve acordando esta pequeña reunión. Fue difícil convencer al encargado de dejarte salir.

—Seguramente piensa que podría escapar —explicó el joven mientras llevaba un mechón de cabello negro detrás de la oreja.

Karel miró en derredor.

—Los muros son altos, lisos y sin salientes, sería difícil lograrlo.

Lysandro lo observó. Sería difícil para él que no era un hechicero. Karel, en cambio, no tendría ningún problema. Lo cierto era que, aunque no existieran los muros que los rodeaban, él no podría escapar del Dragón de fuego aunque quisiera; no cuando su hermana, casi ciega, no podría huir con él; no cuando ella necesitaba costosas medicinas que de otra forma no conseguiría costear. Las precauciones de Sluarg para evitar que escapara eran innecesarias. Ojalá él fuera un sorcere, entonces su destino no sería el actual.

—¿Por qué has querido traerme aquí?

—Disculpa los inconvenientes. No es mi intención incomodarte.

—No me incomodas. Es que... como siempre, me sorprendes.

—¿No estás molesto? —Ante la pregunta de Karel, Lysandro esbozó una pequeña sonrisa y negó. ¿Cómo podía molestarse cuando tenía tan pocas ocasiones de salir, de contemplar un sitio tan bonito como ese?—. Me alegra que no lo estés. ¿Recuerdas que te dije que quería practicar contigo con espadas? Bien. Pues, por eso no he podido ir a verte bailar, convencía a tu protector para que me permitiera traer estas.

El amante del príncipeWhere stories live. Discover now