Un brindis por otra noche sin fin.

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Kyle miró un punto muerto de la habitación. La oscuridad se fundía con el frío de la noche, la tenue luz de la farola lejana se metía entre la gruesa cortina del motel, dejando pasar unos pequeños rayos que pegaban unos centímetros antes de llegar a la cama, sin perturbar a los dos usuarios. Tenía un nudo en la garganta que no podía salir por más que lo forzara, parecía pues que ya no le quedaban lágrimas por sacar, ahora solo era un saco de sangre y huesos que se mantenía vivo de puro milagro. Se sentía sucio, como cuando los besos y manos de Kip recorrían su cuerpo, solo que ahora, la sensación rasposa no estaba, solo un olor a alcohol que le penetraba los huesos.

Recogió sus rodillas, colocando sus brazos por encima de estás, dejando que la cabeza alborotada con todos esos rizos rojos descansara sobre ellos. No pudo cerrar los ojos porque entonces recordaba cada toque de Stanley, cada beso, cada agria sensación que dejó recorriendo en su cuerpo.

"Acepto ser la maldita persona que ames."

¡Oh, que gran felicidad! ¿Cierto? ¡Su antiguo yo estaría extasiado con esto! ¡Cada milímetro de su piel vibraría con la certeza de un amor correspondido! ¡Sería la persona más afortunada del planeta y, agradecería a Stan por sus buenos sentimientos, y lo amaría de vuelta con toda la intensidad que estuvo acumulada por largos y tortuosos años! ¡Stan era lo que necesitaba! ¡Podía comenzar de nuevo! ¿Cierto? Todo mejoraría con eso... ¿cierto?

Kyle pellizcó sus ahora delgados y pálidos brazos, sosteniéndolos con tanta fuerza que dos grandes moretes se formaron en cada lado. No tenía lágrimas, pero sí tenía rabia, dolor, culpa, tristeza, desasosiego. Miró a Stan de reojo, él estaba tendido en la cama, dormido como una piedra, una hebra de saliva -o alcohol- escurría de lado donde su mejilla pegaba con la rígida almohada de motel. Él parecía satisfecho, incluso cuando puso esos ojos rabiosos, mientras decía aceptar ser la persona que amaba.

Se repitió, una vez más; en su mente, que debió haber muerto en aquella habitación que mantenía fotos llenas de él.

Una fuerte luz blanca inundó de nuevo la habitación, distrayéndolos de esos pensamientos llenos de autodestrucción. Esta vez Stan no pudo impedir que mirara su teléfono, en busca de aquella pista que puso tan mal a su... lo que fuera. Al estar perdido en sus sueños, Stanley no sintió cuando Kyle tomó su mano y desbloqueó el teléfono. Encontrando así el montón de mensajes que le llegaron de una, junto al nuevo.

[Desconocido, 3:30 a.m]

¿Crees que Kyle no sabía a quién le escribía los mensajes?

[Desconocido, 2:45 a.m]

Mátate que le haces un favor al mundo.

[Desconocido, 1:15 a.m]

Mátate.

[Desconocido, 11:00 p.m, ayer]

Das asco. Si yo fuera tú, me mataría.

[Desconocido, 10:03 p.m, ayer]

No deberías existir. ¿Quién querría a una mierda como tú? Mátate.

Kyle miró con desdén los mensajes, la luz blanca proyectada en sus ojos verdes se volvió negra cuando apagó el teléfono, después de borrar todos los mensajes, sobre todo el último. Se sentó al borde de la cama, mirando al de cabello negro removerse ligeramente por el suave movimiento, dormitaba tranquilo debido al cansancio y alcohol.

—De aquí en adelante, hasta que la muerte reclame mi nombre, lo cual será pronto, acepto ser la maldita persona que te ama. —barbulló, cerrando los ojos.

—.—.—.—.—

Se levantó de mala gana, con el sol golpeándole en la cara, caluroso y húmedo. Recorrió la cortina con un movimiento brusco, no antes de haber abierto la ventana con un golpe sordo. Él se paseó sin ganas por la habitación, arrastrando los pies hasta volver a su cama, la cabeza gacha, con los cabellos negros cayendo por su frente bloqueando los ojos lo hizo remilgar por lo bajo, harto. Se volvió a acostar con las manos extendidas, mirando el techo como si aquello le fuera a dar todas las respuestas que necesitara.

¿Por qué lo llaman amor cuando se llama sexo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora