Resurrección IX: Hermandad

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Ubicación:


Inframundo:



Silencioso. Así podía definir Astaroth el estado de sus dominios en ese momento. Sus lacayos, sus soldados y generales estaban en la Tierra, causando estragos mientras él pensaba.


Su nuevo trono ocupaba un pequeño lugar en comparación a lo enorme que era su sala. Ubicado en lo más alto del Inframundo, el Emperador podía observar los Nueve Círculos desde abajo, pero el rocoso techo le impedía ver más allá del octavo círculo. Después de todo, estos sitios de castigo eran abismalmente grandes.


Lo ideal y común sería prepararse. Estaba a punto de afrontar a su más grande enemigo. Aquel que fue su hermano, nacido de Dios, poseedor de gran parte del poder divino de Él.


Por una parte estaba él, el Emperador del Inframundo. El poder de todos los Señores Demonio, los Siete Pecados Capitales, fluía por su ser. En adición a eso, su propio poder demoníaco sumaba un extra aterrador. Sin embargo, no contaba con el poder angélico de su juventud; su padre lo había convertido en demonio para poder reinar en el Bajo Mundo.


Del otro lado estaba su hermano. Supuesto Dios del Nuevo Mundo, Gobernador de los Tres Mundos. Su poder era inconmensurable; su fuerza como ángel, el poder de Dios, más el poder del Ghost Rider. 


Sería una batalla muy pareja, pero sin duda alguna, Astaroth estaba seguro de ganar.


Y finalmente, lo escuchó. 


El sonido de pasos rodeó sus oídos, y solo había una persona a los que podían pertenecer.




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Azrathos descendió hasta ingresar a la nueva sala del Rey del Infierno. Poco a poco divisó la silueta de su hermano, y su nueva apariencia lo impresionó. Podía sentir la maldad y el poder que emanaba. Se detuvo a unos metros de Astaroth y guardó silencio, permitiendo a su hermano tomar la palabra primero en esta conversación final.



- Azrathos... Debo felicitarte. En todos los períodos de la historia de este reino, no existió un solo ser en librarse de Las Furias. Enhorabuena, has sido el primero... Hermano.



Antes de continuar, el demonio se levantó de su trono, bajando las escaleras lentamente y continuando con su monólogo.



- Pero sé que no quieres oír mis cumplidos tras tantos siglos. Sólo hay una cosa que nos reúne aquí en este momento... Y estoy seguro que ambos queremos lo mismo. ¿No es así?

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