Capítulo XII: "¿Quieres que sea él?"

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—¿Qué dices? —Mientras pasaba sus dedos por la arcilla del jarrón, todavía húmedo, Lysandro curvó los labios en una sonrisa dulce.

—Digo que hay algo que te tiene muy feliz. Te conozco mejor que nadie, Lysandro, en estos días estás cambiado.

El joven arrugó la frente. En realidad, sí se sentía menos ansioso, dormía mejor y quizá, tal como su hermana decía, reía más. Había una razón y por muy inverosímil que fuera tenía que ver con la llegada de la noche.

—Es solo tu impresión, soy el mismo de siempre.—El joven se levantó y volvió a acariciarle el pelo antes de caminar hacia la puerta—. Me marcharé ya al Dragón de fuego. Coloca la tranca, ¿sí?

—¿Vendrás temprano como lo has hecho estos últimos días? —preguntó ella volviendo a su moldeado.

Lysandro volteó y le dedicó una última sonrisa.

—Eso espero.

El hoors salió con paso ligero y pensó en lo absurdo que era que se sintiera tan contento y menos porque llegara la noche. Su hermana tenía razón, en los últimos días algo había cambiado en su vida. Desde su castigo no había tenido que acostarse con nadie, casi llevaba una lunación sin hacerlo. Era un buen cambio.

Pero existía algo más que le alegraba: El sorcere, Karel.

Desde aquella vez en que le traspasó su energía espiritual reconfortándolo, el hechicero lo visitaba cada noche solo para charlar o jugar. A veces leían alguno de sus aburridos libros de estrategia militar o técnica de espada y otras veces el sorcere era quien los traía. Los de él le gustaban más. Contaban leyendas de dioses vengativos, de espadas legendarias y de héroes anteriores de otros reinos, personajes que se sobreponían a sus dificultades. Historias que lo hacían soñar. Entonces se sentaban uno frente al otro y alguno de los dos leía mientras el otro escuchaba. Lysandro prefería que fuera Karel quien leyera, había algo mágico en su voz, le imprimía la entonación necesaria para sumergirlo en cada historia que le relataba. Tenía un tono claro, suave, reposado, como si fuera el arrullo del río, el canto del viento en otoño o el ir y venir de las olas del mar cuando está en calma. Su voz le daba paz.

Karel era un hombre que despertaba su curiosidad. Estaba seguro de que era alguien importante y adinerado. Sus modales eran refinados, era culto, gentil, lo trataba con respeto, jamás lo obligaba a nada, siempre le preguntaba antes qué quería hacer y eso a Lysandro lo desconcertaba.

En los dos últimos días el joven bailarín se encontraba a menudo pensando en él, tratando de descifrarlo. Tenía unos ojos alargados de un color verde con reflejos dorados, o tal vez eran dorados con reflejos verdes. En varias oportunidades se le había quedado mirando en un intento por descifrar el verdadero color. Su nariz era recta y estilizada y los labios alargados y llenos. Cuando reía, la boca se le agrandaba, la risa le llenaba toda la cara y los ojos le brillaban diáfanos y puros como si no ocultaran nada.

Lysandro exhaló y se reprendió ante el pensamiento. ¿Cómo podía considerar algo así? ¿Qué no ocultaba nada? En el Dragón de fuego todos escondían algo y más los clientes. Que le revelara su rostro lo único que quería decir es que era un extranjero a quien no le importaba que él conociera su cara. Ni siquiera pensaba que Karel fuera su nombre real.

El joven entró en el establecimiento y saludó a las criadas que se afanaban en preparar las mesas. Atravesó el salón y se encontró con su kona, de inmediato el semblante se le agrió.

—¡Hum, florecita! Hoy luces diferente, estás más hermoso, como si resplandecieras.

Lysandro exhaló irritado y esquivó sus manos que iban directo a su cintura.

El amante del príncipeWhere stories live. Discover now