2 - Guerra de incordios

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En realidad, a pesar de que yo fui la principal responsable de nuestra distancia por no seguir comunicándome con él, mi hermano también se olvidó de mí con rapidez. Ana entró en su vida y lo absorbió como un parásito encantador, ella es la culpable de que Eric no pensara en mí como antes. Creo que empiezo a verla como lo que es en las pocas horas que hemos compartido. ¡Qué decepción! Acaparadora. No soltó la mano de Eric en todo el trayecto porque no soportaba que él me echara el brazo por encima y derrochara su cariño conmigo.

—Bienvenida a casa, hermanita. —Mi hermano abre la puerta del apartamento.

Un aluvión de recuerdos invade mi mente. El sofá donde retozábamos, donde le robaba las golosinas y donde jugábamos con la consola. Algunos muebles del salón han cambiado, pero este sigue conservando su esencia. La zona del comedor me representa nuestras peleas con palillos para coger las piezas de sushi que más nos gustaban. Me alegra que Eric no se deshiciera de la antigua mesa redonda en la que vivimos tantos momentos de nuestra infancia. Ahora es Ana quien se encarga de extender el mantel.

—Ven, Laura. —Mi hermano me guía a través del pasillo que distribuye el resto de la casa—. Seguro que recuerdas este cuarto.

¡Cuánta nostalgia! Esta era nuestra habitación. Antes teníamos una litera, un escritorio doble y un armario y una estantería compartidos, aunque yo poseía más de la mitad de ambos. Eric dormía arriba porque yo solía rodar y caerme. Despertaba a todos con el estruendo del golpe seco, pero más con mi llanto. ¡Ay, cuántos chichones tuve! Mi hermano me decía que yo me volvería más cabezona que él.

—¡Ja, ja! —Río irremediablemente.

—¿Qué? ¿Recordando tus maldades? Cuando me echabas pasta dentífrica en la mano y me hacías cosquillas en la nariz con una pluma... —rememora mi hermano con elocuencia.

—¡Ja, ja, ja! ¡No!

—Entonces cuando tocabas la trompeta para que despertara de un salto y me pegara con el techo. ¡Traviesa que eras!

—¡Ja, ja, ja! Querías tener cuernos como un demonio y yo te ayudaba, no te quejes. Pero no me río por eso. Me río por el cambio que diste cuando empezaste a echarme del cuarto para cambiarte de ropa. El señorito ya no quería que su hermana, con la que se había bañado toda una vida, lo viera desnudo.

—Ya sabes, todos crecemos. Seguro que tú también tienes tus reservas ahora que te has vuelto un poquito mayor. —Algo tan simple como entrar en este dormitorio con mi hermano ha reavivado mi alegría. No es suficiente para llenar mi vacío, pero sí para sentir que recupero a Eric. Él también luce feliz con mi presencia.

—Sí, me gusta la privacidad.

—Pues tendrás toda la privacidad del mundo con el cuarto para ti sola. Espero que te gusten los cambios, ya no hay tantos trastos ni muebles aparatosos. Lo preparé pensando en que volvieras algún día. Las sábanas están limpias, todo está listo para instalarse. La cama es grande para que no te caigas, ¡ja, ja! —A pesar de la distancia, Eric sí ha pensado en mí.

—Es perfecta. Gracias, hermano.

—Ana y yo dormimos en la de nuestros padres —señala Eric, cosa que yo suponía. Eso significa que estaremos pared con pared...

—¡Eric! ¡Podéis venir! ¡Ya os he servido! ¡Recuerda que se te hace tarde para el trabajo! —La ladrona de hermanos no nos concede ni un minuto a solas. Ha estado correteando de la cocina al salón, quizás espiando nuestra charla con disimulo durante el recorrido. No obstante, huele a comida caliente y tengo hambre.

Eric y yo regresamos al comedor. Ana ocupa una silla en la mesa, espera por nosotros. Por lo visto, ha servido tres platos de espaguetis y tres vasos de agua, ha colocado los cubiertos y ha doblado las servilletas para cada uno. Es evidente que no cocinó, que esta comida ya estaba hecha, y que solo pretende causar una buena impresión delante de mi hermano.

La novia de mi hermano 1 [Disponible en físico + Extras]Where stories live. Discover now