C a p í t u l o 14

583 307 27
                                    

Cientos de voces se entremezclan a mi alrededor. Confundida, levanto la vista del pasto a mis pies y observo el entorno. Decenas de brujas y brujos deambulan de aquí para allá, abarcando toda la zona de comercio del aquelarre.

Algunos de ellos voltean en mi dirección para saludar, inclinándose y bajando la mirada, incluso unos cuantos brindándome sonrisas con ello.

Hecho un vistazo al camino. Estoy en uno de los extensos tramos de negocios que complementan el comercio. A la lejanía, apenas a unos kilómetros, se encuentran la escolta de guardias y altas estructuras que separan la enorme montaña oscura que alberga la prisión del resto de la población.

Capto un movimiento por el rabillo del ojo e inclino un poco la cabeza en esa dirección. Siete soldados, entre ellos mis dos subordinados, se acercan con la frente en alto. La Supervisora Milea, una bruja menuda y morena, camina frente al grupo mirándome mientras se acerca. Ella es una de las cuatro brujas que informan a nuestra Matrona de lo que sucede en el día. También, como hoy, se encargan de pedirme indicaciones sobre cosas que mi abuela decide dejar en mis manos.

Al llegar hasta donde me encuentro, Milea se inclina, tomando cuidadosamente mí mano enguanta con cuero, y apoya su frente en el dorso de ella. Los soldados en cambio comienzan a rodearnos, saludando al pasar, y se colocan en guardia. Rayco e Ivanora se separan, él poniéndose en frente y ella en la retaguardia.

—Gracias por aceptar recibirme, Mi Señora —asiente Milea, ambas empezando a recorrer el comercio mientras nos van abriendo el paso. Muevo la mano, restándole importancia.

— ¿Qué es lo que la Matrona me ha solicitado resolver, Supervisora? —pregunto, mi voz oyéndose seria y sombría. Ella se inclina un poco, intimidada, y se apresura a revisar la libreta en sus brazos.

—En el sector Este ha habido un descenso de seguridad, anoche a una familia se les fueron arrebatadas varias pertenencias mientras estaban fuera de su hogar. Lo mismo pasó con otras cinco familias a lo largo de estas dos semanas —responde con voz temblorosa, pero porte sereno.

— ¿Por qué siquiera estaban fuera de sus casas después del toque de queda? —pregunto, desinteresada—. Suma al escuadrón de ese sector diez soldados más y que otros diez vayan a revisar las casas de la zona en busca de las cosas.

Ella escucha con suma atención y comienza a anotar todo en su libreta con rapidez mientras asiente.

—Si encuentras a los ladrones, envíenlos tres días bajo la Montaña Negra de Zuwnko —pese a no estar mirándola, noto como Milea me observa momentáneamente antes de volver a asentir—: Y que él o la jefa de cada una de esas familias pase una noche allí también. A ver si así aprenden de una vez a no quebrantar las reglas.

—Entendido, Mi Señora —murmura con torpeza.

—Aparte de eso, cuando hagan la revisión de las casas, que los soldados hagan un breve comunicado en la zona. Anota, Milea —le ordeno, ella me mira expectante a la espera—: Aquellos que osen salir durante el toque de queda y sean capturados, serán llevados una semana bajo la Montaña. Yo misma me encargaré de que sirvan como ejemplo de lo que sucede si alguien vuelve a invalidar las reglas de su Matrona.

—Hay otro tema que tratar, Mi Señora —dice una vez que termina de escribir. Guardo silencio dejándola continuar.

Chasqueo la lengua cuando veo como un soldado empuja un poco a una diminuta anciana que se tardó en despejar el camino. Él no voltea, pero sí se tensa al escucharme y retrocede para ayudar a la mujer con rapidez. Ella, una vez que se coloca al lado de un negocio de frutas y verduras, me mira con una sonrisa vacía de dentadura e inclina su cabeza lo poco que puede. Asiento en su dirección como saludo y se inquieta, pero sonríe aún más.

Inquietante SerenidadWhere stories live. Discover now