C a p í t u l o 5

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(Sin editar)

No estaban tan mal como creí.

En absoluto.

Eran bastantes los lobos que sabían pelear y defenderse, había algunos que sinceramente me tomaron por sorpresa, pero aun así hubo muchos otros que no tenían nada más que un entrenamiento muy básico y esos eran, en su totalidad, aquellos que no superaban la mayoría de edad.

-¡Así no es como se hace! ¡Veinte veces te lo he repetido, por la Madre Oscura! -exclamo con exasperación al pequeño niño de unos once años que parece que se despertó hoy dispuesto a sacarme de quicio.

No hay cosa más detestable que interactuar con infantes. No nos llevamos bien y eso parece hacerles mucha gracia a los adultos que insistieron en supervisar el entrenamiento sentados a los costados del área de práctica.

A ver, que yo he entrenado a una innumerable cantidad de pequeños en el aquelarre y todos eran obedientes, sanguinarios y decididos. Admito que quizá el incentivarlos por medio de amenazas no era muy ético y que seguro eso tuvo algo que ver en aquellas actitudes, pero ahora no es como si me encontrara en una situación adecuada y pudiera decirles a estos niños que les sacaré las uñas o algo así si no cooperan.

Además, debía entender que esta manada -o todas las especies, en realidad- no son ni se manejan como en mi aquelarre. Si allí se entrena a los niños para matar es algo común, no obligatorio, pero común; en cambio, aquí eso es escandaloso e inhumano.

Cada vez que observo y analizo como son ellos, llego a la conclusión de que en comparación somos monstruos.

No descubriste nada nuevo.

Así que no sé cómo manejar esta situación: entrenarlos sin ser tan violeta e impaciente, escandalosa e inhumana.

Llegue hace cinco días, huyendo durante vaya a saber cuántos otros luego de estar encerrada por años al borde de la locura. Tanta actividad, ruido y viveza en este pueblo me está inquietando y haciendo sentir incomoda, pero de algún modo, el ver algo más que no sea sangre y el interior de una montaña, me hace estar un poco en paz. Supongo que es cuestión de acostumbrarse. Aunque tampoco sé si acostumbrarse a eso sería bueno.

Me resigne durante los últimos años a estar lo más que pudiera en silencio, mentalizándome con saber cuántos minutos faltaban para que ellos entraran en mi celda bajo la montaña. Me preparaba para lo que se venía.

No vi el sol por mucho tiempo, tampoco la luna o las nubes y la lluvia. Tampoco sentí el aire y la brisa pura. No entrené más allá de cuando me soltaban para trotar luego de un largo tiempo o cuando me liberaban para hacerme pelear por diversión. Pase muchos días sin comer, beber, nutrirme. Sin cruzarme a gente que no viniera a hacerme daño, porque todo el que venía me lo hacía. Sin sonreír por años.

No más que una cascara. Una sombra de lo que una vez fui. Y ahora, tan de repente, tengo comida y agua, un lugar donde acostarme. Un colchón y una manta, no una roca fría, húmeda y filosa. Oigo niños, niños riendo; no gritos de terror recorriendo los pasillos.

Veo el sol, el bosque, las nubes y el cielo. Veo vida. No estoy encadenada ni amordazada, estoy en libertad y entrenando a un pequeño que no debe siquiera saber lo que significa morir. Hui de un infierno y llegué a un lugar completamente distinto. Aquí no me lastiman.

Me cuidan.

No estoy cubierta de sangre ni de mugre, tampoco me pegan ni me tiran cosas para lastimarme.

Ellos me cuidan.

Y es por eso que, pese a que me encuentro al borde de una crisis de histeria, no me quejo ni lo demuestro. Me cuidan, lo mínimo que puedo hacer a cambio es cuidarlos y enseñarles para que puedan hacerlo solos con el tiempo.

Inquietante SerenidadWhere stories live. Discover now