Capítulo 1: El nacimiento de un monstruo.

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Capítulo 1

El nacimiento de un monstruo.


Nixie.

Amo el labial rojo sangre, le da un aspecto más llamativo a mis labios de por sí provocativos. Con un labial rojo sangre he logrado muchas cosas, como ser la mujer más deseada del imperio alemán en Nueva York. Mamá me decía que con estos labios que el cielo me había regalado, iba a llevar a un montón de hombres al infierno.

Ella lo decía por experiencia propia.

Mi madre era una mujer hermosa, de las que detienen el tráfico y tienen a medio mundo a sus pies. Cada vez que la veía maquillarse frente a su espejo, deseaba ser tan hermosa como ella. Una vez le revelé mis deseos y rápidamente me dijo que cambiara mi forma de pensar, que le pidiera a las estrellas que borraran ese deseo y lo reemplazara con otro.

No lo entendí hasta que crecí y me convertí en una copia al carbón suya. Tenía razón al no querer que yo fuera como ella. Ser hermosa es una carga, y mis pensamientos sonarán egoístas, pero tengo mis razones.

Para ser la mujer que soy hoy he tenido que hacer uso de mi belleza para fines malvados; engañar, seducir a hombres para que hagan mi voluntad, quitar de en medio a mujeres que quieren tomar mi puesto, endulzar mis palabras para que sepan a miel cuando van llenas de veneno... Matar.

Lo acepto, he llevado a un par de personas al sepulcro, por lo que algunos me han llamado malvada, asesina, maldita y un sinfín de adjetivos despectivos más. A mí, por otro lado, me gusta llamarme inteligente, perspicaz... Ninfa.

Esta última es la que más me gusta. Las ninfas en la mitología griega se consideraban divinidades secundarias, como los semidioses, pero las ninfas eran las encargadas de la naturaleza. Se presume que eran mujeres, porque eran capaces de enloquecer a los mortales varones, lo que las hacía ver como criaturas caprichosas. Y conmigo se confirma, soy una mujer caprichosa, consigo lo que quiero bajo cualquier medio –el que más uso es la seducción– y algunos me consideran una diosa. Hay que nada más ver las noticias que hablan de mí en los periódicos, me han estado llamando diosa desde que estuve en un concurso de belleza, el cual no gané porque mi novio de ese tiempo hizo que me sacaran a la primera de cambio. Y eso que fue él mismo quien insistió en que entrara.

Aleksander, un hombre polaco de ascendencia albanesa que me enamoró nada más verlo. Era tan hermoso y encantador, logró que me fuese a vivir con él cuando apenas tenía 18 años. Era una niña que todavía creía en los cuentos de hadas y pensé que Aleksander era mi príncipe. Pero no lo fue, al contrario, era el villano de la historia, frío y calculador, un hombre que no se llevaba la mano al corazón ni siquiera por mí, la mujer que amaba. Aleksander me enseñó lo que es la crueldad y, aunque al día de hoy todavía me despierto horrorizada por las monstruosidades que me hizo ver, agradezco haberlo conocido. Sin él, no me habría convertido en la mujer que soy hoy, una mujer que tomó todo eso que él le enseñó y lo amoldó hasta volverlo peor, pero con un caparazón hermoso y llamativo.

Aleksander no está muerto, pero yo quiero creer que sí, que el mundo se libró de un ser tan diabólico. Sin embargo, no lo he visto desde que me escapé de su casa. Si mal no recuerdo, la última vez que lo miré a los ojos, tenía un brazo clavado a la pared con una espada samurái y portaba una sonrisa orgullosa en la cara. Creo que le alegró convertirme en un ser despiadado.

Yo también me alegro de que lo hicieras, Aleksander.

Luego de escapar de las garras de mi primer amor, mi percepción de la vida cambió, mis ojos fueron abiertos y pude notar la maldad en cada paso que daba. Podía notarla incluso en mí misma, pero no me importaba, ya estaba corrompida y me gustaba estarlo.

Evil ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora