Tenía que sacarla de allí como fuera y cuanto antes. Se levantó nervioso y comenzó a pasear arriba y abajo delante de la puerta del despacho, ¿por qué tardaba tanto Sara?

Una eterna media hora después, Sara salía del despacho con una leve sonrisa.

- Ya está – le dijo acercándose a él.

- ¿Lo has conseguido? ¿nos la llevemos a casa?

- No. Hemos debido de dar con el único funcionario honesto de toda Uganda, pero he logrado que nos deje verla y me explique cómo funciona aquí todo.

- ¿Solo eso?

- Necesitamos un abogado – continuó sin escuchar su airada queja.

- ¡Es una mierda! estos hijos de puta son capaces de hacerle cualquier cosa. Ya sabes cómo las gastan aquí. No podemos esperar a que...

- Lo sé, Germán. Pero enfadarte con el mundo no le va a ayudar en nada a Alba y vernos puede darle esperanza, ¡imagínate como debe estar!

- ¿De dónde sacamos aquí un abogado? No conozco a ninguno.

- Pero yo sí. Por supuesto, me ha dado un nombre – le guiñó un ojo bajando la voz.

- ¿Y éste es el honesto? Porque imagino... que si lo contratamos a él...

- Imaginas bien. Habrá que buscar dinero. Pero me ha asegurado que Alba saldría en pocos días. Y ya lo he llamado, llegará mañana. Eso sí tendremos que esperarlo aquí. Deberíamos buscar un lugar donde dormir.

- Eso no es problema, déjame a mí – le apretó el brazo mostrándole su agradecimiento y frunció el ceño cambiando la expresión – perdona, es que pienso en Alba y...

- Tienes que serenarte, tú eres un hombre con aplomo y aquí vamos a necesitar de todas tus virtudes.

- Tienes razón – suspiró hondo – voy a controlarme y pensar solo en sacar a Alba de aquí.

- Eso está mejor.

- Pero como consiga descubrir que Oscar tiene algo que ver en esto te aseguro que...

Uno de los funcionarios se acercó a ellos y Germán guardó silencio. Les pidió, en un correcto inglés, que lo acompañasen. Recorrieron el pasillo hasta el fondo, giraron a la derecha y avanzaron por otro enorme pasillo traspasando un par de cancelas cerradas con llave. Finalmente, les abrieron una puerta y los hicieron pasar cerrándola tras ellos. La habitación estaba despojada de todo tipo de mobiliario solo una pequeña mesa y varias sillas a su alrededor. La mugre cubría las paredes y un nauseabundo olor reinaba en la estancia. Sara tragó saliva un par de veces y se pasó la mano por la frente.

- Voy a sentarme – dijo Sara cogiendo una de las sillas - ¡la espalda me está matando!

- Y las horas de viaje desde Kampala te han puesto los pies como botas – comentó el médico observando los hinchadísimos pies de la joven - ¿si quieres salir? este olor es repugnante.

- No. Quiero ver a Alba. ¿Crees que...?

No pudo seguir porque la puerta se abrió de nuevo. Dos guardias traían a la enfermera agarrada por los brazos. Sus profundas ojeras y la palidez de su rostro, les indicó el calvario por el que estaba pasando.

- ¡Alba!

- ¡Germán! ¡Sara! – no pudo evitar que las lágrimas brotaran con abundancia en cuanto se abrazaron a ella.

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