- No. Miedo de lo que pueda ocurriros a las dos.

- Recordé que... golpeé a Juan.

- ¿Y recuerdas algo más de ese día?

- No. Solo eso.

- Alba estaba allí.

- ¿Conmigo?

- Sí y casi muere a manos de Juan. Y... no es la primera vez que ha estado en peligro, llueve sobre mojado y no es capaz de soportarlo.

- ¿Qué quieres decir?

-Alba... tiene problemas... serios problemas psicológicos que intenta superar y... tu vida no la ayuda en nada a hacerlo.

- Entonces... lo que recuerdo... que se marchó...

- Es cierto. Se marchó, para no volver, quiere trabajar en Jinja, hizo las pruebas de readmisión a escondidas y las supero. Puede que te ame, pero no lo suficiente como para enfrentarse a sus miedos y luchar por ti. Allí esta su vida y no va a renunciar a ella, por nada ni... por nadie. Por mucho que te duela escucharlo.

- Ya... - sus ojos se llenaron de lágrimas.

- Lo superarás. Eres más fuerte de lo que crees.

- ¿Y por qué va a venir a verme? si... si... ya no

- Que tenga miedo no quiere decir que no te aprecie y se preocupe por ti. Os vendrá bien veros y hablar. Si queréis seguir Adelante con vuestras vidas debéis... hacerlo.

- ¡Pero no recuerdo nada...! Solo detalles y... no sé si quiero que... todo se acabe... que...

- Tranquila... no hace falta que recuerdes, solo guíate por tu corazón. Eres generosa y si lo que dices sentir es cierto, harás lo mejor para ella.

- Si estar conmigo le hace daño y la pone en peligro...

- Exactamente... el amor es así, pensar en el otro antes que en uno mismo.

- Sí...

- ¿Estás más tranquila?

- Sí – sus labios se fruncieron en una fina línea intentando controlar la congoja que sentía.

- Tengo que irme Nat, ya seguiremos con esta conversación, lo importante es que te recuperes y seas sincera con ella y contigo.

Vero la besó en la mejilla y se despidió con un leve abrazo.



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María estaba sentada frente a su marido. Mikel la observaba sin pronunciar palabra. Lo conocía suficientemente bien como para saber que buscaba una salida airosa a la pregunta que le había formulado. Era evidente que no lograba hacerlo. El cansancio hacía mella en él, no solo físicamente.

- ¿Lo sabías o no?

Mikel abandonó la pose erguida y sus hombros se hundieron al igual que su cabeza.

- Sí, lo sabía – acabó por reconocer.

- ¿Sabías que querían matar a la niña y aún así hiciste negocios con ellos?

- ¡Los hice para que no la mataran! ¿cuántas veces intenté disuadirla de la idea de montar ese campamento? ¡¿cuántas?!

- Pero... ¿les ayudaste? Es cierto que... le revelaste la contraseña de la alarma de su casa.

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