- Mala suerte niña, no vas a estar allí.

- Germán... ¡puede ser mi última oportunidad de llegar a tiempo de verla!

- Sí, puede ser. Pero no vas a ir.

- Tienes que ayudarme. Vuelve a hablar con ellos. Tengo que pasar. Tengo que llegar a Kampala, mañana podría estar en Madrid a última hora, si Nat...

- ¡Ya has escuchado! No van a dejarnos pasar. Tenemos que volver al campamento.

- No quiero que muera sin estar allí – sollozó.

- Haberlo pensado antes de marcharte. Que yo sepa no estaba nada bien cuando decidiste dejarla.

- Germán... - era la primera vez que le hablaba con genio y le reprochaba su comportamiento.

- Siento hablarte así, pero ahora tienes problemas más serios. ¿Sabes la que se ha montado por tu culpa?

- Lo siento. No sabía cómo salir del campamento sin que... me detuvieran y...

- ¡Se te ocurrió drogarlos! ¿sabes como está André? Te puede caer una buena. Me has obligado a pedirle un favor personal, por no hablar de que nos mirarán con lupa a todos de aquí en Adelante. ¿ya se te ha olvidado el trabajo que nos ha costado que el ejército confíe en nosotros?

- Lo siento.

- ¡No basta con sentirlo! Reacciona de una vez y deja de intentar que te maten y que nos maten a todos ¡estamos en guerra! Y te lo tomas como un juego.

- No quiero que me maten y menos que os pase nada a vosotros... solo... solo quiero tener la oportunidad de... verla... de... cogerla de la mano y... decirle que... estoy ahí...

- Esa oportunidad la perdiste hace tiempo – le dijo más suave, comprendiendo su angustia, pero sin ceder - Ponerte en contra tuya a los únicos que pueden ayudarte a salir de aquí no es la mejor idea.

- Lo... lo siento... solo... fueron un par de pastillas en el café... tenía que sacar la moto sin que me vieran y...

- No se te ocurre otra cosa que ofrecerles café con tranquilizantes – la miró enfadado al tiempo que echaba un vistazo por encima del hombro – venga sube, no debemos demorarnos más, ya están extrañados de que no salgamos de aquí.

- Pero... necesito ir a Kampala.

- No vas a hacer ni una tontería más, ¿me oyes?

- Germán...

- ¡Alba! sube a la puta moto ¡ya!

- Sí.

- Voy detrás de ti, ¿entendido? no hagas tonterías.

Alba asintió llorosa. Había esperado que la ayudase, que intentase convencerlos para que la dejasen llegar hasta Kampala. Pero Germán se había mostrado tan firme que hubo de dar su brazo a torcer.

- Venga, arranca.

Alba obedeció y emprendió la marcha. Con los ojos llenos de lágrimas y el corazón encogido. Convencida de que había perdido la única oportunidad de ver a Natalia con vida.

Llegó al campamento completamente agotada, estaba amaneciendo y su mente no dejaba de repetirse que Natalia no pasaría de esa noche. No sabía por qué, pero una sensación de angustia y temor se había instalado en su corazón y en la boca de su estómago desde hacía muchos minutos, demasiados. Tan segura estaba de ella que ni siquiera temía las consecuencias de sus actos. No le importaba la sanción que le impondrían, ni la reacción del jefe del destacamento. Es más, deseaba que fuera ejemplar, se lo tenía bien merecido.

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