xxvii. Un desenlace poco habitual

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Los semidioses habían sido enviados al Campamento Mestizo en un intento de vencer a las fuerzas de Gea

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Los semidioses habían sido enviados al Campamento Mestizo en un intento de vencer a las fuerzas de Gea. La Madre Tierra había despertado definitivamente y estaba decidida a cobrar su venganza con sangre.

Mientras tanto, allí estaban ellos, los doce Olímpicos, junto con Niké y Alysa, aguardando a que el Rey Pronunciase su veredicto. Habían ganado, era cierto, pero la guerra siempre trae sus consecuencias.

— Y bien Apolo, ¿algo que comentar?— la mirada de Zeus se había fijado sobre su hijo.

El rubio levantó la mirada del suelo, aguantándole la mirada a su padre. Sabía que la había jodido con Octavian, pero no era ni el primero ni sería el último en cometer esa clase de error.

— Lo único que puedo hacer es pedir disculpas. No pienso arrodillarme y suplicarte, padre.— Zeus frunció el ceño- Todos nosotros hemos cometido alguno de estos errores, y, aún así, la Guerra la desencadenó el despertar de Gea, no el comportamiento inadecuado de Octavian.

La tensión se podía cortar con un cuchillo. Padre e hijo se miraban fijamente, sin intimidarse el uno al otro.

Alysa sabía que debía intervenir, pero aún no era el momento. Además, Artemisa parecía dispuesta a interrumpirlos en cualquier momento, y, en efecto, aquello fue lo que sucedió.

— Debes perdonarlo padre. Apolo ha estado muy distraído últimamente, sobre todo con la desaparición de su alma gemela...— Artemisa se acercó a su hermano, apoyando su mano derecha en el hombro izquierdo del Dios— Ninguno de nosotros sabe realmente cómo se siente eso.

Zeus asintió levemente ante las palabras de la mujer, para después centrar su vista en Alysa.

— Entonces, Artemisa, ¿consideras que debemos culparla a ella por volverlo débil y distraído?

Que rápido habían cambiado las tornas. En un momento acusaban a Apolo por todos los males y al siguiente ella era la responsable.

— ¡Ni se te ocurra ponerle un solo dedo encima!

La ira recorría el cuerpo del Dios del Sol, que de no ser por el agarre de su melliza, se hubiese abalanzado sobre el propio Zeus. Toda su razón se extinguieron cuando se trataba de Alysa.

— No, padre, a ella tampoco deberíamos de culparla tras todo lo que ha hecho por nosotros.— intercedió Atenea, para sorpresa de todos.

— ¿Y entonces a quién deseáis culpar vosotros?

La pregunta en cuestión sumió en silencio a la asamblea. Un paso en falso y la culpa recaería sobre alguno de ellos. Sin embargo, también estaba el placer oscuro de ver el sufrimiento en los rostros ajenos, al fin y al cabo eran dioses, y tal y como era de esperar, eran seres volubles y vengativos.

Alysa ya se estaba imaginando el panorama. Atenea diría Poseidón, y Poseidón a su vez a Atenea; Hades y Deméter se inculparían entres si; Afrodita y Artemisa habían lo mismo; así como Ares y Hefesto; Hera, bueno, Hera culparía a cualquiera de los hijos bastardos de su marido.

— ¿Acaso siempre es necesario buscar un culpable?

Aquel había sido el momento idóneo para pronunciarse, pues estaba a punto de desatarse la Tercera Guerra Mundial entre dioses olímpicos.

— ¿Asumes que es mejor que los culpables no asuman sus consecuencias?— preguntó Zeus.

— No digo que no se deba castigar nunca a nadie, Zeus. Solamente digo que en algunas ocasiones es mejor dejar las cosas pasar.— Alysa caminó hacia el centro de la estancia— La injusticias fueron lo que causaron vuestros problemas desde un inicio, y aún así estáis empeñados en continuar cometiéndolas. No reconocer a vuestros hijos llevó a la segunda guerra contra los titanes, y todas las muertes deshonrosas llevaron a la actual guerra. ¿Por qué seguís empeñados en repetir la historia una y otra vez?

La asamblea volvió a subirse en silencio, esta vez con la suma de Zeus. Realmente se habían quedado sin palabras.

— La muchacha tiene razón, no hacemos nada más que sabotearnos a nosotros mismos.— Atenea alzó la voz— Quién esté a favor de dejarlo pasar que alce su mano derecha.— una, dos, tres, siete, nueve manos se alzaron, consagrado al victoria del veredicto— Así pues, la mayoría lo ha decretado, no habrá culpables.

Si tan solo hubiesen tenido aquella voz de la razón hacía milenios, se hubiesen ahorrado muchos problemas.

Si tan solo hubiesen tenido aquella voz de la razón hacía milenios, se hubiesen ahorrado muchos problemas

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𝗔𝗱𝗼𝗿𝗲 𝘆𝗼𝘂Where stories live. Discover now