xv. El dolor de un Dios

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No sabía en que momento había sucedido, solo notó que sus rodillas cedían ante el, haciéndolo caer al suelo

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No sabía en que momento había sucedido, solo notó que sus rodillas cedían ante el, haciéndolo caer al suelo.

— ...lo! ¡Apolo!— para cuando Apolo se dió cuenta, Artemisa estaba arrodillada ante el, con una mano en su mejilla—. ¿Qué sucede? ¿Por qué estás llorando?

El Dios del Sol acercó una de sus manos a su mejilla, notándola mojada, para luego mirar con gran extrañeza aquel líquido salino.

— Apolo, me estoy preocupando, ¿qué sucede?

Las lágrimas corrían con mayor intensidad por el rostro del rubio, sin poder detenerse.

— Alysa, ella... ella...— el Dios del Sol no se veía capaz de terminar su frase, pero Artemisa comprendió lo que había querido decir.

La Diosa de la Caza, tiró de su mellizo hacia ella, envolviendo con sus brazos y dejando que reposara su cabeza en su hombro. No importaba que las lágrimas empapasen su túnica.

Los Dioses sentían con una mayor intensidad que los mortales. La ira, la alegría, el amor, la pérdida...

Para él, aquello significaba haber perdido una parte de su alma, pero era diferente. No era como el dolor que había sentido con Dafne, o Jacinto, o Cassandra...

Sentía como le hubiesen introducido una mano en el cuerpo y le hubiesen estrujado el corazón.

Alysa era la persona que más quería en el mundo, seguida de su hermana, y no sabía que haría sin ella.

Le había prometido volver a él, y ahora nunca lo haría.

No volvería a escucharla reír, ni llorar, ni recibiría aquellos puñetazos amistosos por molestarla...

Pero sobre todo, lo que más le dolía era no poder haberse despedido de ella.

Aquel era un dolor que dudaba llegar a superar, pues las almas gemelas no eran tan sólo amantes.

Aquel era un dolor que dudaba llegar a superar, pues las almas gemelas no eran tan sólo amantes

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𝗔𝗱𝗼𝗿𝗲 𝘆𝗼𝘂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora