viii. Hera ha vuelto, ¡yupiii! Hagamos una fiesta

5.1K 585 52
                                    

Que Alysa consideraba a los dioses unos irresponsables era solo una mínima parte de la aversión que sentía hacia ellos muchas veces

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Que Alysa consideraba a los dioses unos irresponsables era solo una mínima parte de la aversión que sentía hacia ellos muchas veces. Es decir, sus hijos estaban luchando en el mundo mortal por sus vidas, Percy Jackson se había despertado en la Casa del Lobo, y ellos sólo pensaban en organizar una fiesta.

¡Por amor a los cielos! Si todo el mundo detestaba a Hera.

Y allí se encontraba ella, en el medio de un concilio, escuchando como las personalidades de la mayoría de los dioses variaban, intentando llegar a un acuerdo de que tipo de guirnaldas y adornos utilizar.

Atenea pensaba que era mejor utilizar un estilo sobrio, mientras que su contraparte romana, Minerva, apostaba por los colores vivos. Lo mismo sucedía con Deméter y Ceres, discutiendo por los cereales.

Estaban empezando a tocarle las narices con toda aquella superficialidad y egocentrismo, y la herida palpitante de su espalda no ayudaba a mejorar su humor.

Aunque, la gota que colmó el vaso fue cuando Neptuno y Júpiter se enzarzaron en una disputa de las suyas, provocando que truenos resonaran y el agua de las fuentes borboteara.

— ¡Ya basta!

Alysa se puso en pie, furibunda. Si aquellos seres eran incapaces de tener un mínimo sentido común, sería ella la responsable de otorgárselo.

— Normal que los semidioses se volviesen en vuestra contra. Sois unos egocéntricos y egoístas...— Alysa pasó su mirada por todos y cada uno de ellos—. Siempre estáis centrados en vosotros, buscando razones para festejar y emborracharse. No os importa nadie...

Algún que otro Dios agachó la cabeza ante sus palabras.

— Muchos de vuestros hijos han muerto, otros pelean día a día para sobrevivir, y a vosotros ni siquiera os importa. Sólo queréis héroes que hagan vuestro trabajo sucio, porque tampoco sois capaces de hacerlo.

Luke Castellan, Ethan Nakamura, Charles Beckendorf, Lee Fletcher, Silena Beauregard...

— Así que, si no sois capaces de responder por vuestros actos, quizás merezcais caer. Quizás Gea tenía razón y debí haber aceptado ayudarla.

Un silencio se cernía sobre la estancia, inundándola.

— Alysa...— Apolo intentó hablar, pero fue detenido por la muchacha.

— ¿¡Qué!?

— Tus ojos se han vuelto negros...

Era cierto, cuanto más se enfadaba, sus ojos iban adquiriendo un tono negruzco, hasta que no quedó nada de blanco en ellos.

Alysa dió media vuelta, echando a correr fuera de la sala hacia el palacio de su padre, sin darse cuenta de que alguien la seguía.

Al llegar al edificio, se dirigió al baño, parándose frente al espejo y observando su reflejo. Había empezado a llorar, pero no eran lágrimas normales, eran lágrimas de sangre.

— ¿Alysa?

Apolo se acercó a la puerta del baño, entrando en él y quedándose petrificado ante la imagen.

La muchacha se giró lentamente, quedando cara a cara con el Dios del Sol, y dejando que él acercase su mano a su mejilla, limpiando la sangre de sus lágrimas.

— ¿Qué es esto?— el muchacho la miraba preocupado—. ¿Te encuentras bien?

— Si, si, estoy bien.— Alysa desvió su mirada.

— Estás sangrando...

— Es una de las consecuencias de ser lo que soy...

— ¿Una consecuencia?

— Un gran poder conlleva una gran responsabilidad, y cuanto más poderosa eres, más debilidades tienes. Esta es la mía.

— ¿Pero como es posible?

— Las moiras lo predijeron cuando nací, mi madre y Fobos no deberían haber tenido hijos, pero lo hicieron aún así. Mi defecto fatídico es la ira, lo que causará mi muerte. Por ello, cada vez que me enfado, mis ojos se vuelven negros y sangran, es una advertencia de que debo calmarme o moriré.

— Por eso evitas cabrearte...

— Ahora ya sabes lo que las moiras te ocultaron.

— Que tendría que vivir con el miedo constante de que mi alma gemela muriese ante mí...

Apolo rodeó con sus brazos a la semidiosa por segunda vez en dos días, juntando sus frentes y cerrando sus ojos. Ojalá pudiesen quedarse así para siempre.

Pero ninguno estaba destinado a tener un camino fácil, y aquellos momentos eran sólo eso, momentos fugaces...

Pero ninguno estaba destinado a tener un camino fácil, y aquellos momentos eran sólo eso, momentos fugaces

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.
𝗔𝗱𝗼𝗿𝗲 𝘆𝗼𝘂Where stories live. Discover now