- Creí que pensabas meterme en el cuarto de enfermeras.

- Perdona, pero yo soy mucho más original. Y póntelo – lo cogió de la percha y se lo lanzó – no quiero que te me enfríes – le guiñó un ojo picarona.

- Te aseguro que estoy muy lejos de eso.

Alba rió y salió disparada al despacho de Fernando. Minutos después, las dos atravesaban con dificultad la pasarela que comunicaba el pabellón central con los barracones. La nieve se había acumulado y a la enfermera le costaba empujar la silla.

- Creo que será mejor que lo dejemos, esto está imposible y...

- ¡Ni lo sueñes! – susurró a su oído – yo paso esta pasarela como que me llamo Alba Reche.

Natalia intentó ayudar, cerrando el paraguas para contribuir al movimiento de las ruedas, pero fue en vano.

- Déjalo Alba. Es imposible – suspiró – está visto que...

- No voy a dejarlo, espera aquí que vengo en un momento.

- ¿Vas a dejarme aquí?

Alba abrió el paraguas y se lo tendió.

- Voy a por la pala de Salva. Verás como así nos es más fácil pasar.

- ¿Vas al cobertizo?

- Sí. No tardo.

- Vale – aceptó con temor.

La idea de permanecer allí sola en mitad de la noche no le agradaba lo más mínimo. Sabía que era absurdo temer allí dentro. Estaban los policías de turno. Veía desde allí la garita encendida, pero a pesar de toda la seguridad un sexto sentido la hizo estremecerse.

Alba había desaparecido de su vista. La siguió con la mirada hasta que bajó los escalones de acceso al pabellón central. Se empinó para seguirla desde los huecos de la barandilla de madera mientras atravesaba el patio. El verla le daba tranquilidad. Pero luego, Alba giró la esquina camino de la parte posterior y la sensación de soledad absoluta la embargó.

Su mente volvió a repetirle que se equivocaba. Si quería dejar marchar a Alba, si quería que fuera feliz, todo aquello era un inmenso error. Pero su corazón y su cuerpo le gritaban que no la escuchase, que se diese esa oportunidad, que la amase de nuevo, aunque luego decidiese que era la última vez.

Un ruido a su espalda la hizo girar la cabeza con una sonrisa.

- ¡Qué poco has tardado!

No había nadie detrás de ella. Una oleada de pánico la invadió. Prestó atención e intentó girar la silla, pero la nieve se lo impidió. Aquél sonido llegó a sus oídos alto y claro.

- ¿Alba?

No obtuvo respuesta. Estaba a punto de formular la pregunta que tantas veces había visto en las películas y de las que tantas otras se había reído con la enfermera, "¿Alba eres tú?", era estúpido preguntar eso. Si no lo era nunca se lo iba a decir.

- Alba, no tiene gracia, sabes que no me gustan estas cosas – intentó mostrarse enfadada, pero el miedo comenzaba a atenazarla y junto al frío que sentía comenzó a castañetear los dientes.

El ruido se escuchó más alto y Natalia se giró todo lo que pudo, convencida de que eran unos sigilosos pasos lo que escuchaba, segura de que quién fuese no estaba jugando y se le iba a echar encima de un momento a otro.

Seguía sin ver a nadie. Tenía la sensación de que podía escuchar hasta su respiración agitada. El cuello le dolía de tanto estirarlo y girar la cabeza, temiendo que quien quiera que fuese la asaltase por la espalda. De pronto, los sigilosos pasos se convirtieron en veloces y su corazón se disparó. Ni siquiera le salía la voz del cuerpo para gritar. Su atacante se echó sobre ella y le dio un fugaz beso en la mejilla.

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