Atención (Parte 5)

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Muchas veces un bloqueo creativo se manifiesta como una adicción a la fantasía. Más que trabajar o vivir en el presente fantaseamos y nos recreamos en lo que podría, debería o hubiera debido pasar. Una de las falsas ideas más extendidas sobre la vida artística es que incluye largos momentos de deambular sin norte. Pero lo cierto es que una vida creativa incluye largos ratos de atención. La atención es una manera de conectar y sobrevivir.

«Desarrolla interés en la vida según la estás viendo: en la gente, en las cosas, en la literatura, en la música; el mundo es tan rico, bulle con espléndidos tesoros, con almas hermosas y personas interesantes. Olvídate de ti mismo». HENRY MILLER

Informes de flora y fauna era el nombre que yo daba a las largas cartas de mi abuela, llenas de divagaciones. «Ha empezado a florecer la forsitia y esta mañana vi el primer petirrojo... Las rosas aguantan incluso con este calor... El zumaque ha cambiado y también el pequeño arce junto al buzón de correos... Mi cactus de Navidad ya se está preparando...».

Yo seguía la vida de mi abuela como una larga película casera: un plano de esto o de aquello unido sin ningún patrón que yo pudiera vislumbrar. «La tos de papá empeora... La pequeña poni Shetland parece que va a dar a luz su potro antes de tiempo... Joanne ha vuelto al hospital de Anna... Hemos llamado Trixie al nuevo bóxer y le gusta dormir en el terrario de los cactus, ¿te imaginas?».

Me lo imaginaba. Sus misivas hacían que fuera fácil. La vida a través de los ojos de mi abuela era una serie de pequeños milagros: los lirios salvajes bajo los hibiscos en junio; la rápida lagartija que se deslizaba a toda velocidad bajo la piedra gris de río, cuyo tacto satinado siempre admiró. Su correspondencia marcaba las estaciones del año y de su vida. Vivió hasta los 80 años y las cartas fueron llegando hasta el mismísimo final. Su muerte fue tan repentina como el cactus de Navidad: hoy estaba aquí, mañana ya no. Mi abuela dejó sus cartas y a su marido de 72 años. Mi abuelo, papá Howard, un elegante gamberro con sonrisa de jugador y suerte de perdedor, había ganado y perdido varias fortunas, la última de ellas de forma permanente. Se las bebió, se las jugó, las dilapidó por ahí de la misma manera que ella tiraba migas a los pájaros. Malgastó las grandes oportunidades de la vida igual que ella saboreaba las insignificantes. «Ese hombre», solía decir mi madre.

Mi abuela vivió con ese hombre en casas de estilo español, en caravanas, en una diminuta cabaña en mitad de una montaña, en un piso junto a las vías del tren y finalmente en una casa hecha de cartón donde seguían teniendo la misma pinta de siempre. «No sé cómo lo aguanta», decía mi madre furiosa con mi abuelo por alguna nueva fechoría. Lo que pretendía decir con sus palabras era que no entendía por qué ella lo aguantaba.

La verdad es que todos sabíamos cómo lo aguantaba. Lo hacía porque vivía plantada de lleno en el flujo de la vida y prestaba mucha atención.

Mi abuela se marchó antes de que yo aprendiera la lección que enseñaban sus cartas: la supervivencia radica en la cordura, y ésta se encuentra en prestar atención. Sí, decían sus cartas, la tos de papá está peor, hemos perdido la casa, no hay dinero ni trabajo, pero los lirios florecen, la lagartija ha encontrado un rincón soleado, las rosas aguantan a pesar del calor.

Mi abuela sabía lo que le había enseñado una vida dolorosa: sea un éxito o un fracaso, la verdad de una vida tiene poco que ver con su calidad. La calidad de una vida se encuentra siempre en la proporción que guarde con la capacidad para el disfrute, y ésta es igual al don de prestar atención.

En un año en que una historia de amor larga y gratificante dejaba de ser el centro de su vida, con torpes sacudidas, la escritora May Sarton escribió Un diario de soledad. En él consigna la llegada a casa después de un fin de semana especialmente doloroso con su amante. Al entrar en la casa vacía «me detuve en el umbral de mi estudio porque un rayo caía sobre un crisantemo coreano y lo alumbraba como un foco, sus pétalos de un rojo intenso y su centro amarillo chino... Verlo fue como una transfusión de luz otoñal».

El camino del artistaWhere stories live. Discover now