Cap 12 • Ocurrencias

113 82 65
                                    

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.


12|

ESTOY CONFUNDIDO
_____________

Al día siguiente llega Sadie con la moto.

—Gracias —le  digo mientras baja de la moto tendiéndome las llaves.

Me muero de vergüenza y no logro mirarla a los ojos.

—Has sido muy amable, de verdad — añado, a la espera de que su voz me tranquilice—. De no haber sido por ti, aún estaría en el sofá o tirado en el suelo.

Me sonríe. Con las manos metidas en los bolsillos de la chaqueta, mira sin parar alrededor; probablemente también se siente cohibida. Pero no tanto como yo, en cualquier caso.

Menudo espectáculo di, debería agenciarme un doble para los próximos veinte años.

—No lo creo. Uno de tus amigos te habría ayudado—replica.

—¿Ah, sí? ¿Y cuál, si puede saberse? —concluyo con amargura.

Se produce un silencio embarazoso. Veo que cambia el peso de una pierna a otra.

—Mmm bueno —dice dando un paso atrás—. Será mejor que me vaya —Me ofrezco a llevarla.

—Claro, así nos pasaremos la noche acompañándonos el uno al otro —comenta divertida.

Me echo a reír, aunque no por la ocurrencia, sino porque me alegra verla contenta por una vez.

—Da igual —dice— daré un paseo, no queda lejos.

—Hace demasiado frío —insisto, y añado risueño—: Te lo prohíbo.

No rechaza enseguida la invitación y me mira titubeante con expresión divertida. Sin importarme un bledo lo que pueda pensar, me lanzo:

—Vamos, te invito a una pizza, así me sentiré menos culpable por la noche insomne que te he hecho pasar.

Vuelve a sonreír.

—Tendrías que pagarme una de tamaño familiar —bromea.

—Te pago dos —digo lanzándome de nuevo al ataque, y enseguida me siento contento.

Permanecemos unos segundos así, mirándonos, todavía cohibidos por la nueva situación que se ha creado.
—Eso es un sí —decido. —Solo subo a casa para agarrar una chaqueta, no tardo ni un segundo.

—Vale, te espero —asiente.

Aunque por su mirada no parece muy convencida, pero no me importa, me alegro de que haya aceptado.

Vamos a una gran pizzería en el centro, frecuentada sobre todo por familias. Por supuesto, no es el sitio ideal para dos personas que quieren charlar, pero al menos no nos toparemos con ninguno de nuestros compañeros de clase. No me importa que nos vean juntos, pero esta noche me gustaría no tener que aguantar todas sus miradas fijas en mí.

Estamos sentados uno frente a otro y fingimos que nos interesan las personas de las mesas contiguas. De vez en cuando nos miramos furtivamente, confiando en que el otro no se dé cuenta. La conversación se reduce al mínimo. Me pongo a hablar del instituto, de los profesores, de cosas que no nos interesan realmente, ni siquiera a mí, con la única intención de romper el silencio. Mientras hablo la miro a los ojos, a pesar de que ella esquiva los míos, como absorto en el televisor. Se siente incómoda, al igual que yo, si bien hago lo posible por parecer desenvuelto.

Entonces le pregunto con quién fue a la fiesta anoche.

—Con un amigo —contesta encogiéndose de hombros, y añade que fue a la discoteca porque su amigo quiso pasarse por allí a última hora.

Ignoro ese sentimiento parecido al de los celos

—Gracias por haberme echado una mano -—le digo nuevamente agradecido.

Me analiza sin soltar palabra y a continuación mira alrededor como buscando a alguien.

—Pero ¿es que aquí no hay camareros? —pregunta ya que hemos estado aquí sentados como veinte minutos y nadie ha venido

Aprovecho para observarla y pienso que tal vez no sea tan sensible como me la había imaginado, que lo suyo no es inquietud sino aburrimiento. Quizá sólo me echó un cable porque le di pena y en el fondo le importo un comino.

Como si hubieran escuchado a Sadie, se aproxima una camarera jadeante y nos toma nuestra orden. Tras un primer momento de pánico me tranquilizo y dirijo la conversación como puedo, como suele hacerse. Le pregunto dónde vive, qué hace los fines de semana, si tiene alguna afición, a tal punto que acabo pareciendo una asistente social.

Aún confío en que me cuente algo sobre su pasión por el dibujo, pero en cambio me contesta de mala gana. Me dice que vive con una amiga que se llama Johana y trabaja. Estoy a punto de preguntarle porque no vive con sus padres, pero me contengo a tiempo. Ahora, mientras habla, me mira para observar mi reacción, y yo intento mostrarme impasible. Me cuenta que los fines de semana hace lo mismo que cualquier otro día, sale con sus amigos, nada especial.

—¿Gente del instituto? —le pregunto, aunque sé la respuesta.

Ella rompe a reír y me contesta que no

—Nunca, bueno excepción de ahora —asegura, y me mira divertida.

—¿Por qué dices eso? —le pregunto, y también me entra la risa.

—Mis amigos estudian poco, Pasan más tiempo trabajando.

—¿En qué?

—en cualquier cosa realmente —responde encogiéndose de hombros.

—¿Y a ti qué trabajo te gustaría tener?

—No soy exigente, no me importaria ser alguna empleada de Walmart.

—¿Y el dibujo? —pregunto decepcionado.

—¿El dibujo qué? ¿Por qué lo dices? ¿Acaso los empleados de Walmart no pueden dibujar?

En ese momento llegan las pizzas y la conversación acaba ahí.

Cuando terminamos, me ofrezco a acompañarlo a casa, pero sólo acepta que la lleve a la plaza.

Esta vez no insisto y lo dejo donde dice, poniendo punto final a mi intento de entablar amistad con alguien que, con toda probabilidad, sólo existe en mi mente.

—Bueno, pues hasta mañana —le digo confiando en que en los próximos días tenga una compañera de escritorio menos distante.

—Mañana no iré —me dice.

Parece haber tomado la decisión en ese mismo instante, como para crear de nuevo cierta distancia entre nosotros

—Nos veremos dentro de unos días —añade.

Me gustaría preguntarle qué hará mañana, por qué no piensa ir al instituto.

—Bueno, hasta la próxima —digo.

—Hasta la próxima —repite, antes de dar media vuelta y empezar a alejarse.

La miro cruzar la plaza con las manos en los bolsillos de la chaqueta. La sigo observándo cuando, de repente, se vuelve y se detiene. A continuación alza un brazo, me saluda y me mira unos segundos. Le devuelvo el saludo sonriente. Estoy demasiado lejos para verle la cara, tampoco ella puede ver la mía.

Cuando echa a andar de nuevo, me digo que ése esa el verdadera Sadie, la que me gusta un poco, me limito a mirarla unos instantes más y luego vuelvo a casa más confundido que nunca.










1091

PESADUMBREWhere stories live. Discover now