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Narrador: Protagonista


Inmediatamente, me alejé de él. Fue mi primera reacción, estábamos muy cerca cuando me soltó. Un pequeño rubor subió hacia mis mejillas sin saber la razón. La sabía, él había tomado mi mano y la acarició como algunas veces lo ha hecho. ¿Qué tenía con mis manos? Sin embargo, no sabía la razón por la que él hacía todo eso y eso generaba mi rubor al igual que mi miedo por la atracción.

Atracción hacia él.

El viento me sacó de las casillas cuando golpeó mi rostro, sacudí un poco mi cabeza y la bajé.

—Gracias por… —mordí mis labios y levanté mi rostro— eso. —señalé la calle. No sabía muy bien con qué me refería a eso, pero apuesto lo que sea a que él lo entendió. Agradecía por salvarme de no matarme a mí mismo segundos atrás, efectivamente, fueron segundos. Segundos que duraron una eternidad.

—No deberías agradecerlo. Vi que estabas distraído cuando se cayeron tus cosas.

—¿Mis… —exalté mis ojos— cosas? —parpadeé—. Espera, ¿Tú viste cuando me caí? —hice un gesto vergonzoso y él asintió.

—Por cierto, ¿Estás bien? —preguntó y se encuclilló a la altura de mis rodillas—. Te lastimaste un poco. —colocó una mano por encima de mi rodilla, acariciándola con sus dedos—. Está un poco roja, deberías ponerte alguna pomada cuando subas. —murmuró y pasó lo que menos esperé.

Besó mis rodillas. Ambas.

Mi rubor claramente empeoró, se superó, casi explotó. ¿Cómo podía hacer eso? Sentí sus labios en mis rodillas, eran suaves. Incorporándose con una sonrisa en sus labios, JaeMin subió hasta quedar de nuevo cara a cara conmigo.

Si fuera de noche agradecería mucho el carmín de mis mejillas, pero ahora mismo, lo detestaba. Él perfectamente pudo fijarse de ello.

—Es un remedio. —dice al ver que no articulo palabra alguna e inmediatamente salgo de mi trance.

—¿Remedio? —pregunté, enarcando una ceja.

—Cuando te caías de pequeño y te lastimabas —comenta, mirando a su alrededor—. Las madres mayormente suelen besar el lugar y decir que sanará pronto, así el pequeño deja de llorar y el dolor disminuye.

Recordé aquello con ternura, porque mi madre hacía exactamente lo mismo cuando era un niño de seis años embarrado de lodo que acababa de caerse por andar corriendo en plena lluvia.

—Es cierto —sonreí tontamente—. Funcionará, supongo —mi sonrisa se esfumó—. Aunque ya no soy un niño y menos estoy llorando. —negué haciendo un puchero inconscientemente.

—¿En serio? —repentinamente, su voz pasó de platicadora y sin importancia, a una con propósito y atrevimiento, rasposa y grave. Me observó muy profundamente, con los brazos cruzados se inclinó a mi oído—. Ahora mismo puedo hacerte llorar de placer si así lo deseas.

Reprimí un casi grito que quedó atrapado en mi garganta y tragué saliva con dificultad, eso había sido más candente de lo usual. Reí muy nerviosamente y volví a alejarme.

—¿Qué? —dije, perdido en la inquietud de la situación. Él me inspeccionó por completo, entrecerró sus ojos y luego suspiró con pesadez mirando hacia la calle.

—Solo bromeaba. —soltó una pequeña risita, era tierna. ¿Tierna?

¿Una broma? Me murmuré pensativamente. Quizá era muy obvio como para creer que había sido una broma. Pero si él lo decía así, mucho mejor. Eso era lo que me confundía. ¿No que solo amigos?

departamento 119    [renmin]Where stories live. Discover now