CAPÍTULO XXII

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Dash.

Después de lo sucedido anoche, decidí pasar la noche fuera de la biblioteca. Lo que menos necesitaba era un bombardeo de preguntas por parte de mi hermana cuando ni yo mismo entendía mis sentimientos en este momento.

Era consciente que lo que había estado haciendo estos últimos días era una falta de consideración y responsabilidad. Es decir, la chica tenía toda la razón en llamarme enfermo. ¿Cómo se me ocurría espiarla desde las sombras como un maldito acosador y así exigiéndole que se mantuviera lejos?

Me odiaba, de verdad me odiaba por no ser racional o coherente con respecto a Arienne. Mi mente decía que debía, en verdad era correcto alejarla de todo esto, pero otra parte, también insistía en tan siquiera poder mirarla un par de minutos y no lograba descifrar el porqué de tan descabellada necesidad.

Terminé de fumarme el cigarrillo aun recostado en la dura corteza del árbol donde había decidido pasar la noche. Pasé la noche fuera de la biblioteca para tratar de ordenar mis pensamientos y sentimientos con respecto a esa chica, pero necesitaba estar lejos de todo y de todos, sobre todo de Melody y sus preguntas fastidiosas y agobiantes.

Toda la noche me limité a fumarme una cajetilla completa de cigarros, prendí uno tras sin importar que tan perjudicial era para salud. Observé la oscuridad profunda que me rodeaba a al compás que escuchaba los sonidos que emitían los animales que rondaban por el extenso bosque.

No encontré paz, pero pude tener un espacio para mí. Aunque trataba de concentrarme en la chica de sus ojos bonitos, los recuerdos amenazaban con volver a perturbar la poca tranquilidad. Entonces era en ese preciso momento donde prendía otro cigarro y lo fumaba con frenesí, como tratando de acallar mi mente que insistía en torturarme.

Apagué la colilla, y levantándome despacio tratando de estirar mis músculos que se encontraban contraídos por las largas horas que había permanecido en la misma posición.

Suspiré y llenándome de fuerza para continuar hacia el lugar donde si podía encontrar la mínima pizca de paz que tanto aclamaba.

***


Media hora después llegué a la tumba de mi madre que nuevamente se encontraba repletaba de hojas secas que cubrían su nombre con la caligrafía delicada en el mármol que había mandado a realizar con tanto cariño.

Suspiré con nostalgia por no haberla podido disfrutar más años de su hermosa presencia que podía iluminar hasta la oscuridad más profunda. A cualquier lugar que llegara irradiaba luz, aunque sintieras que nada podía estar peor y no sentías que no dabas con más, su presencia hacía todo más bonito, al menos ella fue la que me sostuvo mucho tiempo a mi hermana y a mí. Sin embargo ella era de aquellas personas que entregaba sin esperar nada a cambio. Esa era su esencia, una persona tan maravillosa que no me incomodaba dar sin importar que ese proceso ella se apagara y eso fue lo que sucedió. Se encargó tanto de lograr que su entorno tuviera al menos instantes de alegría y bienestar, que sufría en silencio y fue hundiéndose al paso que trataba de mantener a flote lo que ya no tenía salvatoria.


«―¿ Por qué le hablas a las plantas mami? ―pregunté extrañado, viéndola arrodillada contemplando unas florecitas amarillas.

Ella se giró a verme entusiasmada y riéndose tiernamente me hizo un gesto para que le hiciera compañía a su lado.

Corrí a sus brazos quien me recibió cariñosamente como siempre, y con una dulzura tan característica de mi mami empezó a explicarme:

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