CAPÍTULO VI

342 30 15
                                    

Dash

Eran las cuatro en punto cuando miré mi celular. Observé a mi alrededor y solo podía visualizar los grandes árboles frondosos que se movían con cada ráfaga de viento, las hojas secas que crujían con cada paso que daba y las ardillas que con destreza se movían ágilmente por las copas de los árboles, o se atravesaban fugazmente en mi camino en busca de comida .

Llevaba ya una hora caminando, inmerso en mis pensamientos que venían cada vez que visitaba el lugar. A muchas personas los bosques eran sinónimos de algo tenebroso que les causaba terror, un sitio prohibido de visitar, y que hacerlo eran anticiparse a que algo trágico pasara, pero irónicamente era el único lugar que me trasmitía calma. Era la única salida que hallaba cuando ya me encontraba prisionero de mis propios medios y pensamientos, que cuando creía que podía salir de ese pozo profundo donde fui arrojado a la fuerza, todo volvía al inicio, como un ciclo que se repetía una y otra vez interminablemente. Que me agobiaba cuando me sentía tranquilo. Entonces las pesadillas de las que llevo escapando durante años regresaban con fuerza, decididas acabar con mi estabilidad emocional, cosa que creo que perdí desde hace mucho tiempo.

Cada minuto que pasara sin ser torturado por mi mente era un privilegio que debía aferrarme con todas las fuerzas que me quedaban, porque una vez esa tranquilidad se esfumara le daba rienda suelta a infinidad de ideas de cómo podría acabar con tan doloroso tormento.

Todo se va a la mierda cuando ya no eres dueño de tu cuerpo ni de tu mente, que por más que luches por sobrevivir y superar esas crisis donde te invade el pánico y el pecho se contrae y respirar se convierte como la acción más difícil que tu cuerpo alguna vez haya realizado. Te das cuenta que así intentes tener pensamientos llenos de positividad y que no todo está perdido para ti, muchas veces son inútiles porque entonces estas solo. Miras a tu alrededor y no tienes nada a que aferrarte, porque sabes que si desapareces un día cualquiera a nadie le harás falta, nadie te llorara. Entonces callas, porque sientes que no tienes con quien desahogarte o ya no posees las suficientes fuerzas para gritar ayuda, solo te quedas ahí, con la vaga ilusión de que puedes controlarlo y todo será diferente.

Apreté las flores que llevo en mi mano derecha y apago el cigarro. Miro la lápida que está al frente mío y sonrío con nostalgia.

Me arrodillo frente a la tumba y la limpio quitando todas las hojas secas y ramas que habían caído sobre el frio mármol. Con mis dedos temblorosos recorro con delicadeza las letras cursivas que la adornan y con solo ese contacto vuelve el inmenso vacío que siento desde aquel día. Mis ojos arden sin querer dejar salir una lágrima. Mi garganta se quedó seca y la sensación de soledad se hizo más vehemente.

Puse las margaritas en el jarrón y recosté mi cabeza en la lápida, así descansando y que al menos por un momento sintiera que esta acá conmigo, que me haga compañía y apacigüe todos mis miedos y me de ese calor que emanaba cuando estaba conmigo, haciendome sentir invencible y feliz. Que podía resistir a todos esos atropellos y humillaciones. Que podría acabar con ellos y liberarme para ser feliz con ella, lejos de la porquería que nos rodeaba y empezar de cero, pero como siempre pasaba desde que tenía uso de razón no podía ser feliz por mucho tiempo, porque todo me lo arrebataban de mi lado como puñaladas que herían incesantemente, sin querer dejar nada de mí y con cada lesión conseguían su cometido; dejar un chico sin nada porque luchar, porque lo que lo hacía porfiar ya no quedaba nada de eso. Todo lo habían destruido a su paso, dejándolo sin nada, dejándolo destrozado, solo y escapando constantemente de su muerte, lo que a veces deseaba con todas sus fuerzas, pero aún le quedaban cosas pendientes que solucionar y quizá esa era aún una razón justificable por la cual seguir respirando cada día de su miserable vida.

Prometiste esperarme pronuncié aquellas palabras llenas de sentimientos encontrados.

Allí estaba yo, tirado entre miles de hojas secas y maleza, esperando una respuesta que por supuesto no iba a llegar, pero venir y quedarme por horas desahogándome hacía que me sintiera en paz y acompañado por ese pequeño fragmento de tiempo, pero sé que apenas me dé la vuelta y me marché, la agonía volvería a instalarse en mi pecho, pero me permitiría sentir esta sensación de calma tanto como pudiera. Aunque doliera a pesar del tiempo que había transcurrido también venía acompañado de la sensación de que todavía estaba aquí haciéndome compañía y diciéndome que no me diera por vencido.

ENIGMADonde viven las historias. Descúbrelo ahora