Capítulo 15

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Los dos días siguientes a mi visita al club de jubilados pasaron sin que Amparito diera señales de vida. Yo tampoco las di; en ningún momento se me ocurrió llamarla porque pensé que andaría muy ocupada con la organización de la marcha y no quería molestarla. Al tercer día me llamó. Eran las ocho y media de la mañana. Papá y mamá ya se habían ido a trabajar; los chicos y yo dormíamos. La primera vez que sonó el teléfono lo escuché perfectamente, pero no me levanté; dejé que atendiera el contestador. Al oír la voz de Amparito, pegué un salto y fui a atender. Mis hermanos ni se despertaron.

—Averigüé algo, nena. Si podés, vení ahora que tengo un rato libre; después
empiezo a limpiar y no paro hasta el mediodía. Apúrate.

Por suerte, ese día me tocaba hacer las compras. Les dejé una nota a mis
hermanos donde les detallaba un recorrido lo suficientemente amplio como para que me tuviera ocupada la mañana entera: compraría la fruta y la verdura en el mercado de San Telmo; la carne, en la feria de Constitución; y el resto, en un supermercado de Barracas. Así, con la excusa de conseguir mejores precios, me aseguraba la libertad de pasarme media mañana charlando con Amparito sin que nadie me recriminara pérdidas de tiempo; total, después compraba todo en un solo lugar y listo.

En veinte minutos estuve en el Rawson. Encontré a Amparito en su habitación,
sentada ante la mesa. Me esperaba con el mate, la caja de fotos y la lata de té con las chinas descoloridas.

—Estuve pensando, nena; repasando una y otra vez todo lo que tenemos, y llegué a una conclusión. Pero antes de contarte lo que se me ocurrió, volvé a describirme a la esposa del doctor De Bilbao.

—Alta, delgada, elegante, rubia, de ojos grises… Muy hermosa… Un poco fría,
tipo estatua si querés, pero hermosa.

—Y ahora, acordate de la carta que te mandó la mujer de España, la que compró el vestido de Elena. ¿Cómo te describió a la mujer que estaba en la casa cuando se hizo el remate?

—Dijo que era una mujer muy elegante…

—Ahora mirá esta foto otra vez —me pidió, mientras me alcanzaba la fotografía donde estaban Elena y María del Carmen—. Decime si la esposa del doctor De Bilbao se parece a María del Carmen.

Miré la foto preguntándome si Amparito estaba trastornada. Seguramente, organizar una marcha de protesta ante el Congreso debe alterar a cualquiera, pero deahí a lo que estaba sugiriendo…

—No puede ser, Amparito…

—¿Por qué no? Mirá bien.

—¿Qué querés que mire?, si no se ve nada… Un pedazo de cara sonriente
limitada por un flequillo espantoso —ahí me mordí la lengua, pero seguí—, y un sombrero con unas rosas enormes que le llegan hasta el cuello.  Más que ver, hay que adivinar.

—Es ella, estoy segura. Yo empecé a sospechar el otro día, cuando contaste lo de las fotos y la ropa, y hablamos de la edad… Tiene más de sesenta, nena, y, por supuesto, unas cuantas cirugías.

—Yo creo que es demasiada casualidad. ¿Por qué tiene que ser justamente ella?

—Todo encaja, nena. Seguramente ya eran amantes cuando planearon matar al señor Emilio. ¿Entendés? No sería raro que las cosas hayan empezado así. Primero, el adulterio; después, sacar al marido del medio y apoderarse de la fortuna, y si algo sale mal y hay que matar a otro, se lo mata. Había mucha plata en juego, no podían correr riesgos. Por eso murieron Elena y Malú, para que nadie sospechara. Y cuanto más unidos estuvieran ellos, más posibilidades de tener éxito, ¿te das cuenta?

Claro que me daba cuenta, pero me sonaba un poco rebuscado; no sé, encontrarlos a los dos juntos, después de tantos años, me parecía poco creíble, demasiado fácil.

—María de Bilbao… Perdón, la licenciada María de Bilbao, directora —recitó, Amparito—, es María del Carmen Lima.

—¿Y por qué María solo y no María del Carmen? ¿Y por qué el apellido del
marido y no el de ella? —insistí con mis dudas.

—María es un nombre que está de moda. María del Carmen suena antiguo. Es más interesante María solo. Y si se rejuveneció con las cirugías, ¿por qué no se iba a rejuvenecer con el nombre? En cuanto al apellido, bueno, «De Bilbao» le da prestigio. No te olvides de que antes el director del geriátrico era él. Eso pesa mucho, nena. Es mejor que la nueva directora lleve el apellido del… fundador, digamos, y no que se presente como una Lima cualquiera, que nadie conoce.
Sonaba lógico, pero quizá por eso mismo no me terminaba de convencer. Me parecía demasiado lógico. Le dije a Amparito que tenía mis dudas, pero que no rechazaba su teoría. Y a continuación le hice la pregunta que seguramente ella misma ya se había formulado:

—¿Y ahora qué hacemos?

—Mañana hablamos —me contestó—. Tengo limpieza hasta el mediodía y a la
tarde, reunión de jubilados; por la marcha, ¿sabés?

Cuando salí del Rawson, pasé por la feria de Constitución y compré todo lo que tenía anotado en la lista. Le tocaba cocinar a Juanjo y quería llegar temprano. Mihermano mayor es maniático con los horarios y tan buchón como el menor, así que para evitar que le fuera con cuentos a mamá en caso de que yo llegara tarde, me apuré y llegué temprano. Claro que, con el apuro, me olvidé de las costillitas de cerdo. ¡Y juro que miré la lista! En fin, el problema era grave, porque la comida del día era precisamente esa: costillitas de cerdo al horno con papas. Cuando llegué, Juanjo ya había pelado las papas y estaba encendiendo el horno. Ni bien me vio, me pidió las costillitas. Y ahí nomás recordé que no las había comprado. Resumiendo: tuve que salir volando a comprarlas a la carnicería más cercana. Y cuando volví (¿qué otra cosa podía esperar?), Juanjo estaba hablando por teléfono con mamá. Lo de siempre, bah.


Octubre, un crimenDove le storie prendono vita. Scoprilo ora