Capitulo 4

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Si hay una materia que odio, es Matemática. Tuve que dar examen en diciembre.

Para colmo, en casa ni siquiera me dieron la oportunidad de prepararme con un profesor particular.

—El profesor lo tenés en casa —me dijo mamá—. Juanjo sabe mucho. ¿Para qué
vamos a pagar clases particulares?

—Juanjo no tiene paciencia —protesté.

—Vos tampoco —dijo mamá—. Pero eso se soluciona con un poco de buena voluntad de parte de cada uno. Y no se hable más del asunto.

Y no se habló más del asunto. Es que ante argumento tan razonable, no quedaba nada por decir. Además, el año anterior había pasado exactamente lo mismo. La cosa fue más o menos así: Juanjo me explicaba, yo no entendía, él se enojaba y me gritaba, yo me enojaba y le gritaba, nos peleábamos, estábamos el resto del día sin hablarnos, llegaba mamá y Juanjo le hablaba mal de mí, yo me defendía hablando mal de él, mamá me retaba, yo me enojaba con ella… y así durante diez días. Por suerte, zafé con un seis y se terminó la tortura.

Pero esta vez fue diferente. Diferente y peor. No solo tuve que soportar al
sabihondo de mi hermano mayor, sino también al genio de mi hermano menor. Javier es decididamente insoportable. Tiene un año menos que yo y sabe más. Sabe tanto como Juanjo. La verdad, y no pienso reconocerlo delante de él, es que Javier es brillante en Matemática. El problema consiste en que le gusta molestarme. Y cómo.

En fin, esta vez tuve que aguantar a los dos. Empezaba Juanjo a explicarme, yo no entendía, él se enojaba, nos peleábamos, venía Javier, me explicaba gritando, yo no entendía y gritaba, él se enojaba, yo me enojaba, nos peleábamos, llegaba mamá, los dos le iban con las quejas, mamá me retaba y… finalmente volví a zafar con seis.

Listo. Se terminó.

Bueno, es de imaginar que, con todo esto, mucho tiempo para ocuparme de la investigación no tuve. Noviembre se me fue volando. A los profesores siempre se les ocurre tomar todas las pruebas juntas. Y con la cuestión de Matemática, voló también parte de diciembre. Pero una vez que me saqué la maldita materia de encima, quedé con tiempo disponible para ocuparme del asunto. Ya sabía cuál era la casa de Elena. Pero ¿quién iba a decirme qué había pasado allí en el cincuenta y ocho? Pensé, y creo que cualquiera en mi lugar hubiera pensado lo mismo, que lo único que podía hacerse era preguntar a los vecinos. Y allá fui, un lunes por la mañana; eso sí, tuve que cambiar de verso. Las clases ya habían terminado y no podía seguir con el cuento de la monografía.

—Buenos días, señor —saludé al hombre que baldeaba la vereda del restaurant situado exactamente enfrente de la casa de Elena.

—Buen día… —me contestó, dejando quieta la escoba justo a tiempo para no
salpicarme.

—Colaboro en una revista y estoy haciendo una investigación sobre el barrio, es decir, sobre cómo era el barrio antes, hace más o menos cuarenta años, un poco más  —el hombre me miraba con ganas de seguir baldeando— en la década del
cincuenta… Eso. Estamos tratando de reconstruir esa época, barrio por barrio…

—¿Y yo qué puedo hacer? —preguntó él, empezando a barrer otra vez.

—Bueno, a lo mejor usted recuerda algo —dije y me corrí para que no me salpicara.

—No, yo no —afirmó, dejando otra vez quieta la escoba—. Hace cuarenta años yo era muy chico y además no vivía en este barrio.

—¿Y no conoce a nadie que me pueda dar una mano?

—A ver… —se quedó pensativo, usando la escoba como punto de apoyo—. Allá
enfrente vive una señora muy viejita. A lo mejor te puede ayudar. Que yo sepa, vivió siempre ahí.

Octubre, un crimenWhere stories live. Discover now