Capitulo 3

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No voy a decir demasiado de esa noche. Solamente que me aburrí, tal como
sabía que iba a suceder. Según mamá, me aburrí porque fui decidida a aburrirme.

Puede ser, pero yo sabía que las cosas no podían ser de otro modo. El conflicto con Ayelén viene de lejos. Entre ella y yo, un abismo. Pero eso no importa, ahora. Vuelvo a la carta. El domingo me llamó la dueña del negocio donde compré el vestido. Me dijo que su amiga había hablado por teléfono con la hermana, que le había contado lo de mi monografía y que la mujer había sugerido que yo le mandara un fax, preguntándole lo que quisiera. ¿Un fax? ¿Y por qué no un mail? Bueno, parece que la mujer era un poco antigua. No insistí con lo del mail. Esa misma noche preparé las preguntas y al otro día mandé el fax a España. A mi familia, ni una palabra.

Todos los días, después de salir del colegio, pasaba por el locutorio a ver si habían recibido la respuesta. Prefería pasar yo y no que me llamaran a casa, por las dudas. Estaba decidida a que nadie se enterara de nada, por lo menos hasta que hubiera descubierto algo bien concreto. Mientras tanto, lo único que hacía era releer la carta todas las noches y convencerme cada vez más de que la verdadera destinataria era yo. Elena me había escrito a mí para que descubriera vaya a saber qué misterio. Ninguno en mi casa me iba a sacar esa idea de la cabeza.

El jueves llegó el fax. Lo retiré al mediodía y me fui a sentar en un banco de la plaza para leerlo tranquila.

Estimada Inés:
Paso a contestar las preguntas que me hiciste llegar. Esperoque estas respuestas sean de utilidad para tu trabajo.

1. Compré el vestido en el ochenta y cuatro. Lo recuerdo muy bien porque fue la primera compra que hice yo sola para la casa de
antigüedades de mi madre. Nunca pude venderlo. Varias veces estuve a
punto de hacerlo, pero por un motivo u otro la persona interesada terminaba llevando un vestido diferente o, en el peor de los casos, nada.

2. Lo compré en un remate, en una casona del barrio de San Telmo.

3. No sé a quién perteneció. Solo sé que la casa se iba a vender y los dueños remataban todo lo que había dentro. Recuerdo a una
señora muy elegante, que recorría la casa como si la conociera y cada tanto
hablaba en voz baja con el rematador. En ese momento pensé que era la dueña.

Bueno, Inés, ojalá que lo que te conté te sirva. Si necesitas algo más, mandame otro fax. Te saluda,
Alicia S. Gutiérrez



Eso era todo. Ni una palabra de Elena. Solamente la señora muy elegante que
parecía la dueña de la casa. ¿Elena, quizá? Una mujer que fue adolescente en el cincuenta y ocho, en el ochenta y cuatro tiene que haber sido una señora, seguro; siempre y cuando hubiera seguido viva, desde luego… «¿Qué hacer?», me preguntaba con el fax en la mano, sentada en la plaza. «¿Tal vez buscar una casa con cúpula en San Telmo? Absurdo. Debe haber ochocientas mil, más o menos…». Lo
irónico era que yo había vivido toda mi vida en San Telmo, y tal vez la casa de Elena estaba por ahí nomás y no lo sabía. Claro que en ese momento no tenía la menor idea de lo que podría haber hecho en el caso de que alguien me hubiera dicho con exactitud cuál era la casa. Tampoco me planteaba si después de cuarenta y pico de
años era posible averiguar algo. Es que no se me ocurría pensar en las dificultades. Lo único que quería era encontrar la casa. Después vería qué hacer.


Entonces le mandé el segundo fax a Alicia Gutiérrez, pidiéndole que me contara cualquier cosa que recordara de la casa; por ejemplo, si tenía balcones, o quizá una cúpula… Esta vez tardó dos semanas en responder, pero la espera valió la pena. La respuesta llegó por correo, un sábado a la mañana; me agarró desprevenida
porque esperaba un fax. Y el que recibió la carta de manos del portero fue Javier.

Octubre, un crimenWhere stories live. Discover now