Miró el reloj, aún faltaba más de media hora para el aterrizaje. Seguía nerviosa y caminaba de un lado a otro en el lobby de la línea aérea. Se decidió a tomar algo en una de las cafeterías del aeropuerto, se sentó en un alto taburete y pidió una tila, tenía que controlar esos nervios. El camarero se la sirvió con una sonrisa.

- ¿Miedo a volar? – le preguntó amable – no se preocupe que es el medio de transporte más seguro.

- No lo dudo.

- Lo digo en serio, las estadísticas demuestran que...

- ¡No me da miedo volar! – casi le gritó, ¡por qué no la dejaba en paz aquel pesado? Ella solo quería tomarse su tila en paz.

El chico apretó los labios desconcertado ante su brusca reacción y Alba se vio obligada a decir algo.

- Perdona, no me da miedo volar solo... - pensó decirle que estaba nerviosa porque esperaba a alguien muy importante en su vida y temía que lo que tuviera que decirle no fuera lo que quería escuchar, pero ¿por qué tenía que contarle su vida a un desconocido - solo me da miedo lo que los aviones transportan.

- Eh... claro... claro... tengo trabajo – le dijo lanzándole una mirada de temor, ¡menuda loca! eso te pasa por darle charla a cualquiera que se sentaba en la barra.

"Menudo pesado", pensó Alba cuando escuchó la voz anunciando la llegada de su vuelo, algo dentro de ella se revolvió inquieto y sin pensárselo dos veces saltó del taburete taza en mano, ¡tenía que recibir a Natalia! el camarero que no le quitaba ojo corrió tras ella.

- Señora, señora, ¡la taza!

- Disculpe – se la entregó enrojeciendo.

- Se deja esto - le tendió el abrigo.

- Gracias.

- ¿Enamorada no?

"Vaya esta vez el pesado ha acertado", pensó

- Pues sí, ¡mucho!

- Invita la casa y ¡suerte!

- ¡Gracias! – enrojeció del todo, se marchaba sin pagar y sin ni siquiera darse cuenta.

La enfermera permaneció allí parada, con la sensación de que estaba metida en una espiral de la que no iba a lograr salir nunca y que cada vez la angustiaba más.

Alba se dirigió a su encuentro, lo que en un principio le había parecido una excelente idea, ahora, a escasos minutos de reencontrarse con ella, y a escasos minutos de revelarle la sorpresa, no estaba tan segura de que esa idea que creyó brillante lo fuera tanto. El grado de excitación era tal que sus manos temblaban incontrolables. Un sudor frío recorría su espalda, se dijo que era tonta por estar así, pero no podía evitarlo, Natalia volvía de ver a Ana, ¿y si esa visita la hacía cambiar de idea? enfrentarse a su mujer, a sus suegros y a sus propios padres que la presionarían para hacer lo correcto, la hacían estar al borde de la histeria.

La buscó entre la multitud, por un momento incierto, le dio por pensar que no estaría allí, que habría decidido permanecer junto a Ana, comenzó a pasear de un lado a otro, intentando disimular la inquietud que sentía. Cuando volvió a mirar, allí estaba Natalia, frente a ella y dirigiéndose con prisa y habilidad a su encuentro. ¡Estaba preciosa! a pesar del ajetreo que llevaba, de la falta de sueño y de sus incipientes ojeras, Natalia estaba imponente. Sintió un punto de excitación y permaneció fascinada observándola. Natalia llegó hasta ella y casi como una autómata se agachó, fundiéndose en un sentido abrazo que supo a poco a ambas, las dos se necesitaban y se echaban de menos. Alba no puedo contenerse y, casi imperceptiblemente, rozó sus labios contra los de ella, un roce fugaz, que pasaría desapercibido a cualquiera pero que produjo una corriente eléctrica en las dos. Alba suspiró levemente, estaba completamente llena de deseo, la besaría allí mismo, aunque sabía que no debía. Sus miradas se lo dijeron todo. Natalia parecía ligeramente sorprendida ante la efusividad pública de la enfermera, pero no solo no protestó, sino que correspondió con una discreta caricia, introduciendo una mano por el abrigo de la enfermera, rozando la piel de su costado por debajo de la camiseta.

La ClínicaWhere stories live. Discover now