Capítulo 16: Una mansión al norte

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El anciano corre con los cristales hacia el alcalde.

Le apunto, pero antes de poder reaccionar, el gobernante le dispara tres o cuatro veces con un arma que tenía escondida en su espalda. Miller se desploma en el suelo.

Golpeo al alcalde con la culata de mi pistola y la radio cae al suelo. En el forcejeo la piso y rompo la antena, pero al fin le arrebato el arma y lo empujo escaleras abajo. Corro a lado de Miller. Aún respira, pero no está bien. Está débil, herido, muriendo.

—Ya es tarde para mí. Ve con él.

—¿Qué?

—Ross, Thomson, el capitán. Ninguno era digno de portar su insignia. Solo dañaron y persiguieron a inocentes. Tú no. Sálvalo James, sálvalo.

—¿De qué hablas?

—Chris está en la casa de mis padres. Al norte, en...

—Miller. ¡Laurence, reacciona!

—Ve sin armas. Dile que te envió. Dile que... Encontraste al del río. Dile que.. lo cuidarás. Dile que...

—¡Miller!

—Dale esto. —Me entrega una carta—. Por favor perdóname, por favor...

Parece que sus ojos negros se apagan, y... el veterano detective Laurence Miller: portador de la insignia esmeralda, fallece frente a mí; sin que pueda hacer nada.

—Te perdono Miller. Fuiste un buen hombre.

Me levanto, bajo por las escaleras, de donde vienen los alaridos del alcalde.

Mientras camino pienso en estos días. En todo lo que ha pasado. Hace una semana era alguien que hubiera dado lo que sea por salir de aquí, pero rechacé ya dos veces esa opción. Era alguien a quien no le importaba lo que la gente pensara, pero ahora me duele ver a las personas lanzándome sus miradas de odio. Era alguien a quien la vida de los demás le daba igual, y ahora siento lástima y compadezco no solo a Jones: a Miller, a Liz, a los Wilson a... ¿Taylor?

De pronto escucho el grito de mi oficial en la planta baja. Jamás creí alegrarme por sufrir de una voz tan chillona.

—Señor, señor.

Bajo más a prisa, y el oficial Henry Taylor está junto al alcalde.

—¿Qué haces aquí?

—Lo vi salir de los funerales muy rápido. Creí que algo malo pasaba. Luego encontré su arma sobre un papel que confirmaba nuestras teorías. John fue a avisar a la detective Graham, yo vine a apoyarlo; pero esto no lo esperaba.

—El cómplice secreto del capitán era el alcalde. Él era la mente detrás de todo. Miller murió. Su cuerpo está arriba.

—No lo puedo creer. ¿Entonces Jones?

—Tengo algo que hacer. Gracias por estar aquí, pero a esto no me sigas. Si llega Liz, o algún otro policía, entretenlos. Infórmales del descubrimiento, y cuida al detenido. Yo —suspiro—, ya volveré.

—Señor, ¿está bien?

—No...

Salgo de la casa y camino al norte, a la casa familiar de Miller.

Las calles del centro, ya no están calladas. La gente corre por todos lados. Gritan. Se atacan entre sí. Rompen lo que encuentran, y algunos anuncian:

—¡El alcalde murió!

Se cayó el sistema de justicia. Se cayó el sistema de salud. Se cayó el gobierno mismo. Veo la patrulla a lo lejos, pero la ignoro.

Esta por su lado gira hacia mí. Me rebasa y se detiene al final de la calle. La puerta se abre y la detective Graham sale, apoyándose en su bastón.

Viene sola.

Las personas de alrededor corren solo con su presencia. Avanzo y pronto estamos cara a cara. 

—Liz ¿Qué haces aquí?

—He estado pensando mucho. Dándole vueltas una y otra vez a qué hacer. Este caso te da vida. Te regresa a tu tiempo de gloria. Puede que termine pronto. Déjame ir contigo. Yo no estoy segura de esto, pero... ya no tienes que investigar solo. —Se me acerca aún más. —Ya no tienes que estar solo nunca más. —Me toma de la mano.

—Escucha. Esto no es...

—No me alejes. No esta vez. No me vuelvas a dejar en el fondo, viéndote correr hacia las respuestas. Dame una señal de que hago lo correcto.

—Debo hacerlo solo. Miller...

—¿Acaso no confías en mí?

—Yo confío, pero yo... —Miro al suelo—. Yo te amo.

¿Qué acabo de decir? ¿Qué me está pasando? No pienso con claridad. Nunca me he sentido así. Es como si algo explotara dentro de mí.

Intento escapar. Salir corriendo al campo, pero no puedo. Mi cuerpo no me obedece. Al contrario, se deja llevar.

Nuestros rostros se acercan en uno al otro. Despacio, hasta que siento sus labios junto a los míos. El beso es delicado, conciso, breve.

Entreabre la boca un poco y solo me dejo llevar. Nos acercamos más y nos abrazamos.

Liz suelta el bastón y tropieza, pero la atrapo antes de que caiga. La cargo hasta el asiento de la patrulla. Tiene sus ojos fijos en mí. Noto un brillo en ella. Un brillo que no había visto en nadie más. Era como si despertara de un sueño. Como si saliera de un letargo.

—Liz yo no sé qué decir. Jamás pensé que...

—No estás solo. Vamos a cerrar esto de una vez.

Subo a la patrulla y le cuento todo lo ocurrido con Miller y el alcalde. La detective no muestra nada más que una mirada seria y conduce al norte.

Llegó la hora de cerrar el misterio. Pase lo que pase. Pese a quien le pese.

Llegamos a la vivienda y aparcamos frente a la fachada. Tres pisos de peste, fetidez y muerte. Intento abrir la puerta. Está cerrada. Liz va a disparar, pero me interpongo:

—Espera. Creo que sería mejor dejar las armas en el auto.

—¿Estás loco?

—Jones no sabe lo de Miller. Si dos detectives armados entran por la fuerza, puede reaccionar violento. Más cuando esos dos detectives casi lo matan en una alcantarilla.

—Entrar desarmados en un suicidio.

—Confía en mí. —Liz hace una mueca y arroja su pistola al campo.

Tiro a patadas la puerta y entramos.

—Claro que tirar la puerta abajo es más civilizado —me reprocha.

La ignoro y observo el recibidor. Sobre una mesa en el centro de la habitación hay toda clase de armas de fuego: un arsenal completo. Además una ligera melodía se escucha desde arriba. Parece un piano.

Graham se acerca a las pistolas, y me las muestra. Están cargadas.

Yo camino a la cocina.

Parece que torturaron alguien ahí. Sangre seca mancha todo el suelo y sobre ella hay vendajes usados, hay tijeras sucias y hay cuchillos manchados. Liz me sigue y observa la sala. Camina un poco en ella.

Luego subimos las escaleras a la segunda planta. Cada paso parece más largo que el anterior. Registramos todas las habitaciones, pero no hay nada extraño. Solo que la música es cada vez más fuerte.

Subimos juntos al tercer piso.

El tambor de mi pecho toca al mismo ritmo rápido del piano: de una puerta frente a mí, viene la música. Cuando la cruzo, delante de un librero, está el hombre más buscado del pueblo.

Los misterios del caso JonesKde žijí příběhy. Začni objevovat