Capítulo 3: Lo que dicen los papeles

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En la jefatura, el capitán Carter y la detective Graham discuten sobre el caso Jones. Sus palabras pasan en mi oído como un riachuelo silencioso y desenfrenado, tan bajo y tan rápido que apenas comprendo la frase: «Fisher es uno de los peores».

Siento que me calvan un puñal cuando recuerdo que no soy un detective de vedad, y cabizbajo continúo con el resto del equipo.

Me tiro sobre una de las sillas frente al mapa y me recargo encima del dibujo del pueblo, cubriendo la comisaría, el ayuntamiento y todos esos infernales círculos.

Estoy por recostarme ahí, cuando la flecha del deber atraviesa mi mente y recuerdo la promesa del jefe, y recuerdo mi misión y recuerdo el deber de policía y... me levanto.

—Scott, John —digo acercándome a ellos—, bajen a la bodega y traigan todo lo que tenga el nombre Christofer Jones.

—Enseguida volvemos, detective.

John se apresura a salir, pero su hermano lo sujeta del brazo y se me acerca de nuevo.

—No volveremos a ese cementerio de papel, Fisher. Hazlo tú mismo.

Ah, típico de los Wilson —interrumpe el vampiro antes de que pueda responder—. Nosotros le traeremos los informes, detective. —Aprieta la barriga de Colson—. No se apure.

—¡Alto! —grita Scott empujando a su hermano a la puerta—. Ya nos dio la tarea a nosotros, Strauss. Busca alguien más a quién robarle el trabajo.

—Vaya, creí que no volverías a ese cementerio de papel. —El vampiro se burla con un ademán.

—Vámonos ya, hermano. Fisher necesita trabajar.

—¿Porque no... —dice el anciano interponiéndose entre ambas parejas de inspectores—, van los cuatro y ven quien nos trae más papeles?

Miller apenas termina la frase, cuando los cuatro, entre empujones y gruñidos, salen corriendo del despacho como fieras salvajes. El ruido y el alboroto del cuarto los siguen y pronto la soledad se apodera del despacho de Thomson. La soledad y el silencio.

Ni el anciano ni yo hablamos. No se emite sonido, ni siquiera cuando me acerco al mapa y paso mis dedos por los círculos rojos.

Intento olvidar buscando algún patrón en esas marcas sangrientas, buscando algo con lo que delate su escondite, buscando una señal, buscando lo que sea que me permita seguir adelante; pero un ataque cerca del centro, otro a las afueras sur y otro al norte no dicen nada.

No. Sí dicen algo. Dicen que el asesino no tiene problemas en recorrer todo el pueblo de ser necesario, no teme a caminar. Caminó mucho hoy. Sigo con mi dedo su recorrido desde que salió del almacén; pero son vueltas sin sentido por el campo y el centro. Confundido me dirijo al anciano.

—¿Alguna idea, Miller?

Él, sin responder saca del cajón bajo la mesa un lápiz y un compás, y empieza a dibujar otros círculos alrededor del mapa. Lo hace tan rápido y con tanta concentración que parece un cartógrafo experto en medio de una jornada; pero parece que la habilidad del detective aburre al oficial Taylor. El niño, tras colgar las placas de los inspectores en el respaldo de la silla de Thomson, avanza hasta la salida.

—¡Recuerda buscar cualquier papel relacionado con Jones! —digo antes de que se vaya desde de donde estoy.

Tan pronto como cruza la puerta, vuelvo mi atención al mapa. Los trazos y círculos nuevos aparecen y mientras Miller trabaja, no puedo evitar preguntarme ¿Por qué el jefe me puso a cargo a mí y no a él? No hay duda de que el anciano lo hubiera hecho mejor.

Los misterios del caso JonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora