Capítulo 5: Caos

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Los tres caminamos hasta la madre de los periódicos. Al entrar, miro al encargado. Saco el libro de recortes, junto a mi placa y se lo muestro.

—Necesito saber quién escribió esto y dónde está ahora.

El empleado saca unos libros de un archivero a su espalda y busca en ellos. Yo volteo a ver al anciano. ¿Será cierto lo de la cena? ¿De ser así me lo diría? No puedo creer que el gran Thomas Graham se fijara en mí.

—Aquí está. Calle midnight. A tres cuadras del ayuntamiento. La chica es una escritora. No trabaja para nosotros, pero hemos colaborado varias veces.

—Gracias. Ahora tengo que hablar con quienes editaron esto. Señalo al libro.

—Para eso necesitaría entrar a las máquinas, y yo no puedo autorizar eso.

—Pues ve a buscar a quien si pueda.

—Claro. —El empleado sale de su escritorio, abre una puerta metálica y se adentra en el edificio.

—John, ve a casa de la chica. En un rato te alcanzo.

—Suerte detective. —Wilson se va y me quedo a solas con Miller.

—Laurence, ¿crees poder encargarte de esto?

—Déjamelo a mí Fisher. Ve con el inspector. Nos veremos pronto.

Camino rumbo a la puerta, pero cual impaciente, doy media vuelta y vuelvo a lado del detective.

—Miller, Liz me dijo algo curioso.

—Me imagino. Así te quedaste. No es un secreto que...

—No. Me habló de una cena hace años. Tú estabas ahí. Fue la primera vez que entré a su casa. Me dijo que el detective Thomas...

—No recuerdo nada de esa época James. A duras penas recuerdo que pasó hace una semana.

—Igual debía intentarlo. Suerte Miller.

Salgo del periódico, y fuera dos oficiales armados rodean a John. Portan la insignia celeste y dicen ser enviados de Liz. Pido que me acompañen, de cerca y camino a lado de mi inspector. En todo el recorrido no le quitan la mirada de encima, como depredadores a su presa.

Cuando llegamos a la casa, la puerta está abierta. Entro arma en mano y John me sigue. Los oficiales se quedan en la entrada. Recargo mi frente en las ventanas, pero no parece haber nada.

Registro habitación por habitación, hasta que en una veo un plato de sopa sobre la mesa. Aún está tibio. Subo las escaleras al segundo piso. Si presto la suficiente atención, escucho un ligero goteo. 

Cuando giro con la curva de la escalera, frente a una máquina de escribir, en una silla... veo el cadáver de la escritora.

Los rayos del sol entran por un ventanal a su espalda. Le dan un brillo tenue, al largo y suelto cabello rubio, de la difunta. El mismo le cubre buena parte de su cara. Además tiene un lapicero clavado en el cuello, del cual aún escurre sangre, hacia un mar en el suelo. Sobre el charco hay huellas que van hasta una ventana rota. Me asomo y debajo veo una serie de arbustos, pero apenas distingo algo.

Vuelvo al cuerpo. Sus manos están sobre la máquina de escribir. Tiene varias uñas rotas. En las hojas la frase: «Deben detenerme» está escrita de forma repetitiva y frenética.

—¡Detective! —grita John.

Sigo su firme voz escaleras abajo; hasta la cocina. Está parado junto a una mesilla en un rincón. Ahí, hay una especie de tabla con cuchillos, pero falta el más grande.

Los misterios del caso JonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora