Capítulo 4: La detective Graham

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Siento un golpe fuerte en la cabeza y abro los ojos gritando. Las imágenes se alejan de mi mente y en un segundo tomo mi pistola y disparo a la pared como loco.

De nuevo estoy en mi casa, con el libro a mi lado. Fue una pesadilla, pero algo está mal. Toco mi frente y ... sangro. Hay una piedra en el suelo, y junto a ella, y varios cristales partidos se encuentra mi uniforme. La ventana queda al descubierto y una ventisca de aire glaciar inunda mi pocilga. 

Salgo arma en mano a miro a alrededor del sendero. Me siento un poco mareado.

Me tallo los ojos, pero por la negrura de la noche no veo nada. Doy un par de pasos hasta que escucho un ruido en el techo.

Jones salta sobre mí, golpeándome en la caída. Luego, me levanta del suelo y me estampa contra la ventana del vecino.

Entro partiendo la pared entera. Cientos de cristales caen sobre mí, y se me entierran en todo el cuerpo. Desde el piso disparo hacia afuera, pero ya no hay rastro de él. Las balas se estampan directo contra mi muro.

Mis vecinos se me acercan al oír el alboroto, pero levanto la mano y se quedan quietos.

Miro al exterior a través del agujero que hice. Cuando escucho un ruido dentro de la casa. Observo el interior. Apenas hay una cálida luz de vela, pero alcanzo a distinguir un comedor, una mesa con un jarrón y un par de cuadros.

Algo salta sobre la mesa y disparo. Hay un chillido, y luego un gato muerto. La familia corre ahí, pero yo no me levanto. Miro a todo mi alrededor esperando el siguiente ataque.

Las cortadas empiezan a arder, y el cuerpo en general me duele. Lo mejor será no moverse mucho.

Empiezo a revisar que tan mal se ve, cuando recuerdo la radio. Toco el bolsillo de mi pantalón y ahí está. Oprimo botones, giro interruptores y levanto antenas, pero no entiendo cómo funciona.

No sé por cuánto tiempo peleo con el aparato. No logro comunicarme con nadie.

El viento y el frío reinan por toda la noche con un silencio tan letal como la muerte. Aun con luz de día, la situación no cambia. No hay otra vivienda en kilómetros y sobre las colinas del campo no se ve nada. La familia, que está en una esquina del cuarto, no emite ni un sonido.

Estamos así, hasta que, de mi ventana rota, salta el oficial Taylor con su arma fuera.

—¡Henry! Estoy aquí.

—¡Señor!

Él entra en la casa, da una vuelta alrededor de la habitación, y luego me ayuda a levantarme. Entre dolor y miedo, logro llegar a fuera.

Mis vecinos salen corriendo despavoridos  a campo abierto.

—¿Qué pasó?

—Jones. Llévame a la jefatura.

Gracias a Taylor logro llegar a la comisaría. Una vez dentro me encierran en mi oficina y el capitán me pide un médico. La detective Graham junto a sus policías me custodian casi toda la mañana.

En pocos minutos el resto de mi equipo llega. Repito la misma historia una y otra vez a los curiosos; pero hay una pregunta que todos me hacen y que ni siquiera yo sé responder ¿Cómo estoy vivo? ¿Jones me dejó vivir a propósito? ¿Por qué?

Le doy vueltas al asunto hasta que, por la puerta, entran mi jefe y el rector del hospital general. Sin perder tiempo el doctor se acomoda los lentes, me pregunta una serie de cosas y empieza a sacar pedazos de vidrio de mi cuerpo.

—Fisher. Cuanto lo siento —dice el capitán.

Lo miro e intento ponerme de pie, pero no lo consigo. Así que sin más lo veo a la cara con los brazos cruzados.

Los misterios del caso JonesDove le storie prendono vita. Scoprilo ora