Capítulo 6: Más misterios

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Salimos del salón. Scott corre a fuera de la academia, pero Liz me detiene antes de poder seguirlo. Me lleva a la estatua del centro del patio. Es una estatua de piedra de unos tres o cuatro metros. Un detective saluda, con insignia y placa a cada lado de su uniforme. Debajo de ella hay una hoja metálica. Solo dice «Por su valor y servicio al pueblo». Una estatua que no le hace justicia al gran Thomas Graham.

—No he sabido nada del jefe desde que me llamó a la radio —dice Liz—. No sé lo que encontraremos.

—No debiste venir por mí. Hubieras ido directo a su casa.

—Tienes que ver lo que sea que haya sucedido ahí. Va a ser parte de tu investigación. —Ella permanece de pie frente a la estatua. Como si esperara que dijera algo.

—La última vez que estuve aquí, hubo mucho llanto. Todos amaban a tu padre por igual.

—El mayor honor de un policía es morir por la gente. Él lo vivió, como Ross o Thomson. Quizá el jefe también. Es nuestro deber descubrirlo.

Se aleja caminando de la estatua y yo la sigo a través del patio.

Fuera de la academia, la única patrulla de la jefatura nos espera, llena de policías. Scott aguarda en las puertas y al vernos nos sigue. Todos subimos y en minutos estamos en la casa del jefe. Para nuestra sorpresa está con vida y el rector del hospital general lo atiende en la sala principal. Tiene un brazo vendado y golpes en la cara y el cuerpo. Sus ojos azules están rojos, y su canoso cabello negro, está humedecido en sangre. El médico lo mantiene en el suelo.

—¿Qué le pasó? —pregunto al doctor.

—Fue atacado con un palo o algo envuelto en espinas. Llevo un rato quitándoselas.

—¿Espinas? ¿Creé que...

—¿Cómo sigue vivo jefe? —Liz se para a mi lado y me interrumpe—. Por la forma en que habló, temí lo peor.

—Supongo que ese asesino creyó que ya estaba muerto. Te llamé y luego al doctor. Se fue hace rato, dudo que esté cerca.

—Como decía, —Doy un paso al frente—. ¿Capitán, creé que pueda tomar muestras de las espinas para la investigación?

—James, no es el momento —responde Liz.

—Déjalo detective.

El jefe se pone de pie y pasa su mirada de uno al otro. El doctor va a la esquina de la sala, cierra su maletín y camina a la puerta.

—Solo hace su trabajo. Las espinas están en la mesa Fisher. Llévatelas y atrapa a ese maldito. Estaré bien.

—Gracias, señor.

Liz se acerca al jefe y lo ayuda a llegar hasta una silla. Yo voy a la mesa donde están las espinas. Alargadas, verdosas, con gotas de sangre. Al menos parecidas a las de la casa de la escritora ¿Serán las mismas? Debo comprobarlo.

En cuanto el doctor cruza la puerta, entran los inspectores. Scott entre ellos. La mayoría van a registrar la casa, pero Wilson se queda en una esquina mirándonos.

—¿Hace cuánto que se fue el asesino?

—No lo sé. Diez, quince minutos.

—También estuvo en la imprenta y en una casa del centro en menos de una hora. ¿Es eso posible?

—Fisher, si te puedo decir algo en mis años de experiencia como detective —responde mi jefe—, es que no debes meterte mucho en los casos. Si te obsesionas, si dejas que te afecten, estás perdido. Mantente al margen, como un ente que observa lo que pasa y encuentra explicaciones a cosas que parecen fantásticas.

Los misterios del caso JonesWhere stories live. Discover now